¿Choque de trenes?

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Salvador Camarena

Se avecina –de hecho es inminente– una lucha desigual. Ese choque se dará entre el gobierno de la República, con presupuesto y capacidad no sólo de comunicación, sino también de presión, contra un ente hoy difuso llamado oposición, u oposiciones, si ustedes gustan.

El presidente de la república lleva casi una semana tratando no sólo de adelantar el calendario de la batalla electoral, sino de imponer a sus contrincantes los términos de la misma.

Andrés Manuel López Obrador no sólo quiere forzar a la clase política a entrar en una dialéctica que establece que la pugna será sólo entre dos opciones: su ‘transformación’ y quienes se oponen a ella, a los que busca etiquetar indeleblemente como reaccionarios.

Lo que no se debe dejar de advertir, sin embargo, es que mientras la fecha de los comicios intermedios llega, y para eso falta un año, Morena aprovechará para continuar el desmantelamiento del precario sistema de pesos y contrapesos que se diseñó en las últimas tres décadas.

Dicho de otra forma: las oposiciones y aquellos que sin identificarse con opciones partidistas han sido promotores de un modelo desconcentrador del poder y de una cultura de rendición de cuentas, están siendo arrastrados por la marea gubernamental, que a su vez es movida por dos corrientes: por un lado, el cotidiano acoso del Presidente y del aparato gubernamental que, en aras de una presunta pugna electoral, pretenderá descalificarlos como opción política, mientras que por otro lado, esos mismos actores que suelen participar en los procesos democráticos –partidos, académicos, analistas, miembros de la comunidad cultural y observadores de todo tipo– deberán atajar, simultáneamente, bolas rápidas, es decir, una cantidad inacabable de intentonas por cambiar legalmente estructuras institucionales de todo tipo: provocando desde la descapitalización de órganos de protección ambiental (Conabio) o de preservación del patrimonio (INAH), hasta la merma de organismos que apuntalaban los equilibrios democráticos en distintos ámbitos del mercado (Cofece, IFT, etcétera, si hemos de hacer caso a la iniciativa anunciada ayer por el líder de Morena en el Senado).

La batalla luce muy desigual. Porque si bien el presunto documento antilopezobradorista exhibido el martes en Palacio Nacional dio para la chacota generalizada, lo que no es broma es que, de un lado, por más disfuncionales que parezcan, los de Morena sí tienen cuadros, presupuesto y obcecación para articular el mayoriteo en las cámaras legislativas y el apabullamiento en prensa y las redes, mientras que enfrente no sólo no existe el ‘otro bando’, sino que ni siquiera es claro quiénes podrían constituirse como tales, o si es posible una coalición de intereses con una agenda mínima que quiera o pueda contrarrestar a un movimiento sin pudores democráticos como el que encabeza López Obrador.

Aguilar Camín recordaba ayer en su columna de Milenio lo mal que le ha ido a México cuando sólo hay dos bandos, cuando todo se reduce a dos posturas, como ha pretendido López Obrador desde la semana pasada. Sin desatender esa advertencia del columnista-historiador, cómo proceder frente a un grupo en el poder que más que asumirse como gobierno para todos, lo hace como fuerza gobernante en búsqueda de más poder para sí misma, qué opción queda a quienes –con partido o sin él– ni están en la administración ni simpatizan mínimamente con Morena, y ven los objetivos de esta organización y más aún sus métodos con harta preocupación.

Quien ganó las elecciones en 2018 hoy usa cuanto está a su alcance –recursos que deberían ser para beneficio general y no de una causa partidista– para imponer una agenda de cambios legales e institucionales y para acosar a quienes le critican o se le enfrentan desde distintas trincheras.

Sin altura de miras, pero con olfato innegable, López Obrador ha emprendido desde la semana pasada una nueva fase de la defensa de su proyecto político.

Ha pasado a constituirse en un trascabo que con una palanca descuenta opositores y críticos, y con la otra embiste desde el Congreso los cimientos del sistema de la era tripartidista.

El reto para quienes piensan distinto al tabasqueño estriba en resolver el enigma de cómo no convertirse en lo que quiere el Presidente, un grupo fácilmente etiquetable y sin impacto masivo real, mientras echan luz a la agenda de cambios, ¿o habría que decir de retrocesos?, con la que el Ejecutivo pretende transformar la arena pública en una sin cabida para la colaboración y menos para la disidencia o la crítica.

En nombre de la austeridad y la crisis económica, desde la democracia cuantitativa (mayorías) se pretende socavar la pluralidad, los equilibrios y la representatividad institucional de una nación no monolítica. Sin mencionar que AMLO no se ha distinguido por su eficiencia, que lo que ‘cambia’ funciona.

Más que choque de trenes, parece que nos arrollará una vieja, pero peligrosa, locomotora.

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