Una guardia en Nutrición

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Héctor de Mauleón

Desde marzo pasado, el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán” quedó convertido en centro para pacientes de Covid-19. Quienes atendían sus enfermedades en esta institución líder de la medicina mexicana fueron obligados a reprogramarlas.

Las intervenciones, el tratamiento y manejo de miles de pacientes de cirugía oncológica, neurocirugía, cirugía cardiovascular, cirugía general, ginecología, ortopedia y diabetes, entre las mil patologías que trata Nutrición, quedaron suspendidos de manera indefinida.

Al poco tiempo renunciaron cerca de 250 enfermeras, por miedo y por condiciones de salud asociadas con diabetes e hipertensión, que implican serios riesgos ante el contagio.

Simultáneamente, comenzaron a llegar oleadas de pacientes que habían contraído Covid-19. Las camas de terapia intensiva quedaron totalmente ocupadas. Pacientes internados en piso en estado semicrítico comenzaron a morir mientras esperaban un ventilador. La larga lista de espera para ingresar a terapia intensiva era larguísima.

Residentes y enfermeras iniciaron la guerra contra la enfermedad. Algunos han llegado a atender 46 pacientes por turno. Lo hicieron con equipos médicos precarios (esas batas y cubrebocas de ínfima calidad que repetidamente han sido exhibidos ante los medios) y una escasez de medicamentos e instrumentos que no se había visto en décadas —y que se agudizó, según los médicos, en el último año y  medio, en el cual la “austeridad republicana” golpeó al instituto al punto en que los familiares de los pacientes han tenido que salir a buscar material, medicamentos e incluso instrumental quirúrgico.

“El servicio ya estaba al borde del colapso, y luego vino esto, que solo puede describirse como dantesco”, explica uno de los médicos.

Tres meses más tarde, el impacto sicológico y las crisis personales comienzan a hacer mella entre quienes enfrentan cada día el infierno. Personal de Nutrición me compartió el testimonio desgarrador de uno de los médicos, a condición de que su identidad quedara reservada. Relata el caso de una paciente que fue internada con insuficiencia respiratoria y diversos marcadores de gravedad. “El oxímetro de pulso marcaba 45% de saturación, se había quitado la máscara para poder comer, pero ese solo acto la estaba asfixiando”.

Al día siguiente el médico fue informado que la mujer había empeorado, que respiraba 50 veces por minuto, y que su oxigenación estaba por debajo del 80% con el medio de entrega de oxígeno más alto disponible sin intubación orotraqueal y ventilación mecánica”.

La paciente pasó tres días en lista de espera para ingresar a terapia intensiva. Pero no hubo lugar. La realidad era brutal: en ese momento había en terapia intensiva dos pacientes muy graves. Uno de ellos tendría que morir para que hubiera una cama. “El infortunio de unos puede ser la fortuna de otros”, relató el médico. Fue necesario hablar con los familiares de la mujer para informarles que el panorama era sombrío.

Los médicos de Nutrición vieron el caso de una familia de diez miembros, procedente de Xochimilco, que se les fue entera. En unos días no quedaba nadie, “ni el abuelo, ni el padre, ni la esposa, ni la hija, ni el hijo… todos se fueron en un chasquear de dedos.

El esposo de la paciente que esperaba un ventilador también estaba internado en Nutrición. Habían llegado prácticamente juntos, aunque él en un estado de menor gravedad. La mujer fue acostada bocabajo para que pudiera oxigenarse mejor, y entre otros medicamentos (anticoagulantes, desinflamatorios) le aplicaron morfina en infusión para disminuir la sensación de ahogo. “Nada en contra del virus, solo ayuda para dar  tiempo a que mejore”, escribió el médico.

A las 3 de la mañana la mujer comenzó a respirar muy rápido y de manera superficial. De nuevo intentaron bajarla a terapia intensiva, pero no hubo manera. Supieron que sin ventilación mecánica iban a perderla, y se lo informaron a su hija. Ella solo respondió: “Sí, doctor, entiendo”. Confusa y desorientada, la paciente comenzó a respirar a un ritmo muy bajo, “su abdomen se mueve agotado, tratando de obtener los últimos sorbos de aire”, escribió el doctor. Entonces el pulso dejó de ser palpable. Un médico residente corrió a buscar un electrocardiógrafo. Cuando volvió, la mujer se había ido, “frente a nosotros se había ido”.

Ni ella, ni su esposo ni su hija volvieron a verse. “Se ha perdido la batalla, mañana y en las próximas guardias, habremos de seguir peleando la guerra. Buen viaje a donde quiera que vayas”, concluyó el doctor.

Los médicos de Nutrición, con muchas cosas en contra, han logrado sacar con vida a poco más del 50% de los pacientes que ingresan en terapia intensiva. En otros hospitales públicos muere cerca del 80% de los ingresados (en hospitales privados, solo alrededor del 10%).

Mientras escribía estas líneas, se reportaron 4,599 nuevos contagios y 730 defunciones más que el día anterior. Se contabilizaron en el país 154,863 casos de contagio confirmados en laboratorio.

El camino será largo. El dolor que nos espera, también.

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