Francisco Estrada Correa es un abogado mexicano que ha militado en el movimiento obradorista desde hace más de 15 años. “Empezamos desde la lucha contra el desafuero”, dice para esta columna. Luego fue Secretario Técnico del Consejo Consultivo del Frente Amplio Progresista. En 2011 trabajó en la Coalición del Movimiento Progresista y al año siguiente, dice su biografía, coordinó el área técnica de la campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador.
“Es un hombre del partido, conoce a todos y todos los conocen”, me dice una de las personas que ahora trabaja con él. “Su éxito todos estos años ha sido tener un perfil bajo, ser un operador político discreto que sabe muchos secretos”, me dice un activista. Estrada acompañó a los detenidos en las protestas de aquel 1º de diciembre, cuando Enrique Peña Nieto asumió la presidencia en 2012. Después fue asesor parlamentario en la Ciudad de México, para impulsar desde allí la ley de amnistía.
En 2013, cuando se litigaba en el Congreso la reforma energética, recibió una encomienda especial: fue encargado a trabajar junto a Andrés Manuel López Beltrán, hijo del presidente, la organización de brigadas urbanas en la Ciudad de México en la defensa del petróleo.
Fundó Morena. Allí conoció a Rosario Piedra Ibarra. “Estuve con ella en la secretaría de Derechos Humanos del Comité Nacional de Morena. Nos conocimos en el Movimiento”, dice. En los primeros meses del sexenio obradorista, fue jurídico con Paco Ignacio Taibo II en el Fondo de Cultura Económica. Y cuando Piedra llegó a la CNDH, asumió como su director ejecutivo.
Quienes lo quieren allí, y quienes no, coinciden en que es Estrada quien lleva las riendas de la CNDH. Cuentan que él revisa hasta el mínimo detalle de todo, desde un posicionamiento jurídico hasta un boletín de prensa; que es quien habla en las reuniones, quien hace la mayor parte del trabajo, porque la presidenta “descansa demasiado en él”. Le pregunto sobre esto. Estrada ya lo había respondido en marzo, en una encendida carta de réplica que envió al diario Reforma. Me dice: “Eso es muy misógino. Categóricamente le digo, yo no hago la chamba. Quien hace la chamba es la presidenta, ella dirige y yo solamente sigo órdenes”.
Estrada es un político que no aparece en la prensa y elude temas escabrosos. Le pregunto cómo hallaron la CNDH, dice que los anteriores tenían “una forma peculiar de trabajo”. Le pregunto si hallaron negocios corruptos, dice que no está enterado. Le pregunto si esta semana él ordenó cesar –y luego dejó en su puesto– al subdirector de información, Lázaro Serranía. Dice que es una mentira, que alguien lo involucró, que ya está aclarado.
Le pregunto si dos morenistas en la cabeza de la CNDH no significan una institución tomada por el partido en el gobierno y dice que “los hechos pueden hablar más que cualquier palabra”. Le pregunto ejemplos de esos hechos. Dice: “no tengo ahorita”.
Le pregunto por qué todo en la CNDH de Piedra tiene un secretismo especial, por qué solo habla ella, por qué las visitadurías dicen que se pregunte por acceso a la información datos tan simples como el número de quejas por un tema. Dice que no sabe, que él se atiene a sus órdenes, que la única vocera es la presidenta.
Le pregunto sobre una conferencia que dio hace dos años, en la que dijo que López Obrador haría historia en México. Dice: “es un derecho humano tener una militancia partidista”.
En los próximos meses, la CNDH analizará las primeras quejas contra altos funcionarios del gobierno obradorista, deberá resolver investigaciones de abusos laborales en otras instancias del gobierno, deberá posicionarse sobre la militarización de un país donde están ampliamente documentados varios sexenios de abusos militares. Cuando esto suceda, tendrá al frente a dos morenistas, que alegan independencia, pero no recuerdan ningún ejemplo. El panorama no resulta demasiado alentador. Que todo esto quede por escrito, para los días que vienen.