Esta semana se dio a conocer una nota que tiene más relevancia de la que parece: la empresa VW, por sus protocolos para regresar a la actividad, aplicó pruebas a 5 mil 100 empleados para detectar COVID-19 y el resultado fue que alrededor de 100 de ellos dieron positivo.
Como prácticamente la totalidad eran asintomáticos, simplemente fueron puestos en cuarentena en sus domicilios y se hizo un seguimiento de su condición y de sus contactos.
Es decir, en esa muestra de una ciudad como Puebla, en donde viven la mayoría de las personas que fueron examinadas, la tasa de contagio fue de 2 por ciento.
Tengo testimonios de otras empresas manufactureras que han hecho lo mismo y la tasa de contagio no ha resultado muy diferente.
El criterio para la aplicación del examen no fue que hubiera síntomas de COVID-19, sino que el grupo al que se aplicaron los exámenes se construyó sobre la base de las personas que gradualmente van regresando a la actividad.
Si este porcentaje se pudiera extrapolar a todo el país, estaríamos hablando de que 2.56 millones de personas podrían estar contagiadas en este momento.
Supongamos que la extrapolación no ocurre de manera generalizada, sino solo a la mitad de la población, la que habita las principales concentraciones urbanas, estaríamos hablando al menos de 1.25 millones de contagiados, de los cuales seguramente, como en la muestra referida, la gran mayoría son asintomáticos.
La aplicación de pruebas, en esta etapa de la pandemia, tiene dos objetivos básicos.
El primero es contar con la mayor información posible a propósito de la enfermedad.
En México se ha privilegiado ante todo la ocupación hospitalaria como variable clave. En otros países se ha dado más peso a la evolución de los contagios para tomar decisiones.
Existe la percepción en el mundo de que en nuestro país el nivel de contagios e incluso de muertes es mucho más elevado que el admitido oficialmente.
El reportaje que aparece en la edición de The Economist de esta semana titulado “Latin America opens up before it’s ready”, alude precisamente a casos como el de México. Subtitula el texto: “Mexico’s failure to contain covid-19 shows why the region is now the centre of pandemic”. El crecimiento de los contagios reportados como el que se dio a conocer ayer parece confirmar lo referido por The Economist.
The Washington Post presentó esta semana como una de sus notas más relevantes de la primera plana del periódico, el caso de la Central de Abasto y sus contagios.
La falta de pruebas y el hecho de que las decisiones que se toman no les den la relevancia necesaria a los contagios, pueden conducir a cometer errores fatales.
El segundo objetivo es que la aplicación de pruebas, en etapa de desconfinamiento, permita la identificación de los contagios y desencadene las acciones para impedir su propagación al aislar a los contagiados y monitorear a sus contactos.
De este modo se puede conseguir que continúe la reapertura de la economía sin que haya una amenza de aceleración de los contagios.
De no realizarse esta tarea, es casi seguro que la reapertura vaya a conducir a más casos, dentro de los cuales habrá muchos asintomáticos o con síntomas leves, pero otros que sí requerirán atención hospitalaria y eventualmente cuidados intensivos.
Se ha generalizado la noción de que hay que aprender a vivir con el virus, en el sentido de que no se va a ir, ni tendremos una vacuna por muchos meses, y mientras tanto la economía no puede seguir cerrada.
Hay dos maneras de abordar el tema.
La primera es lanzarse –como se dice coloquialmente– como ‘el Borras’, a la espera de que la suerte o la virgen nos ayuden a impedir una nueva oleada.
La segunda es a través de un retorno gradual, con muchos apoyos del Estado, con el distanciamiento físico necesario, con las medidas de protección y con pruebas masivas para identificar contagios y controlarlos antes de que se propaguen.
¿Cuál de las estrategias estamos siguiendo en México?
Mejor no me diga.