AMLO habrá emprendido el próximo miércoles su primer viaje al extranjero como Presidente, para reunirse en Washington con Donald Trump, visita cuya pertinencia ha provocado una gran polémica en el país.
Más allá de las filias y fobias que desata López Obrador en nuestra polarizada nación, voces diplomáticas de innegable prestigio, como la del exsecretario de Relaciones Exteriores, Bernardo Sepúlveda, la han considerado inoportuna y contraria a los intereses del país, sobre todo por el contexto electoral estadounidense en que ocurrirá. Temen que el republicano Trump no logre la reelección (en medio de las crisis sanitaria y económica que enfrenta) y que su contrincante demócrata Joe Biden, con cada vez mayores posibilidades de triunfo, castigue a México por esta visita, si gana la elección.
Por otro lado, el motivo del encuentro, al que ojalá se consiga sumar al primer ministro canadiense Justin Trudeau, es la entrada en vigor del T-MEC, herramienta que para el gobierno de la 4T será crucial para la recuperación económica post pandemia, y que es un eslabón más de la cadena de acuerdos de cooperación que, aún entre gritos y sombrerazos, Trump ha alcanzado con AMLO, pese a su manifiesto e insolente antimexicanismo
Aquí cabrían dos preguntas pragmáticas: 1. ¿Hay momento oportuno para que los presidentes de México y Estados Unidos se reúnan?; y 2. ¿El número de encuentros sostenidos en cada gobierno refleja relaciones fluidas o de mayor o menor subordinación?
El propio Sepúlveda debe recordar la visita que su jefe Miguel de la Madrid hizo a Washington en mayo de 1983. El mero día de la reunión en la Casa Blanca, el columnista Jack Anderson, de The Washington Post, publicó que De la Madrid tenía en Suiza una cuenta de 162 millones de dólares. Con semejante golpe, el presidente mexicano llegó al encuentro en una posición de desventaja que Reagan aprovechó para recriminarle, de fea manera, las gestiones que México apuntalaba con el Grupo Contadora y que evitaron una invasión estadounidense a Nicaragua.
Carlos Salinas se reunió en ocho ocasiones con George H. Bush con quien negoció y aprobó el TLCAN. En el contexto de esos intereses compartidos, Salinas se decantó por la reelección de Bush en los comicios que ganó en 1992 William Clinton, quien aún presidente electo, lo recibió en Austin, Texas, en los primeros días de enero de 1993.
Ernesto Zedillo tuvo siete encuentros con Clinton, quien a pesar de su molestia por el apoyo electoral dado a Bush y de sus amenazas de revisar el TLCAN, autorizó un millonario préstamo para enfrentar la crisis del llamado “error de diciembre” de 1994, que México garantizó con la factura petrolera del país.
Vicente Fox tuvo trece encuentros con George W. Bush. Los primeros planteaban grandes expectativas para la legalización masiva de migrantes mexicanos, pero la relación se tensó y complicó cuando México, en ese entonces miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, votó en 2003 contra la invasión militar a Irak. Fox se le escondió a Bush, justificándose con la cirugía de columna que le practicaron por aquellos días de ese año. La relación se enfrío y la reforma migratoria se fue al cesto de la basura.
Felipe Calderón se reunió cuatro veces con George W. Bush y seis con Barack Obama. Fue, con ambos mandatarios estadounidenses, una relación muy marcada de subordinación, sobre todo por los millonarios recursos económicos que le transfirieron vía la Iniciativa Mérida para darle soporte a la guerra contra el narcotráfico emprendida por el panista.
Enrique Peña Nieto se reunió seis veces con Barack Obama y dos con Donald Trump. Éste era, en la primera (julio de 2016), candidato presidencial, con una larga lista de expresiones antimexicanas. Pero se le recibió en Los Pinos como presidente, lo que causó enorme molestia entre los demócratas y su candidata Hilary Clinton.
No hay, visto este recuento, momento oportuno para reunirse con el mandamás de Washington, como tampoco lo habría, por poner un ejemplo, para aumentar los impuestos. La próxima visita de AMLO a Estados Unidos es riesgosa y tendrá costos. Pero los riesgos hay que correrlos y los costos hay que pagarlos. Ojalá sea para bien.