Autor: Enrique Quintana
Hay dos noticias respecto al Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC). Una buena y una mala.
La buena es que ya conocemos con mayor detalle cuáles son los parámetros de la negociación en esta última fase, y adicionalmente hay consenso en lo qué debe hacer el gobierno mexicano.
La mala es que la posición de Estados Unidos en algunos casos es inaceptable, lo que podría poner en serio riesgo la ratificación.
El gobierno mexicano, a través de la Cancillería, reiteró ayer que no aceptará bajo ninguna circunstancia la inspección de plantas o instalaciones por parte de personal estadounidense.
Esta exigencia derivó básicamente de la demanda de los sindicatos norteamericanos que no creyeron que la legislación laboral fuera aplicada en nuestro país y demandaron garantías para asegurar su aplicación.
Ha quedado completamente claro que esta propuesta no va a pasar y en contraste, México reiteró el planteamiento de que los reclamos se resuelvan a través de paneles de expertos.
Otro tema crítico del cual ayer se conoció el completo rechazo fue el relativo a los ajustes en las reglas de origen para el sector del automóvil en materia del uso de aluminio y acero.
La intención de que no sólo el 70% de estos productos utilizados en la industria provenga de Norteamérica sino que, adicionalmente, el proceso de fundición tenga que realizarse en cualquiera de los tres países firmantes, se ha planteado como inaceptable para México, sobre todo en el caso del aluminio.
Por lo que ayer comentó Marcelo Ebrard la respuesta mexicana a las peticiones por parte de los representantes demócratas y del gobierno norteamericano llegará el día de hoy, si es que no llegó ya desde ayer.
Existe el riesgo de que los demócratas consideren demasiado rígida la posición mexicana y por lo tanto rechacen ratificar el Tratado.
Pese a ello, me parece que el punto de vista del gobierno mexicano tendrá un respaldo completo tanto del sector privado como del conjunto de las fuerzas políticas.
Como aquí le hemos comentado, vale la pena correr el riesgo de que el Tratado no se ratifique hasta la próxima administración, pues su afectación a la economía podría ser de décadas.
El tratado que tenemos vigente nos da una red de protección. Sabemos que mientras Trump esté en la Casa Blanca, existirá el riesgo de que eventualmente proponga sacar a Estados Unidos del TLCAN.
Sin embargo, las probabilidades de que esto suceda son bajas en virtud de que representaría un elevado costo electoral para el presidente de Estados Unidos.
Tal vez el día de hoy o a más tardar en el curso de esta semana veremos si los demócratas están en disposición de negociar o si asumen el costo de rechazar el acuerdo.
En esta coyuntura, reitero lo que le decía el viernes pasado.
Si en lugar de insistir, sin fundamentos, en un optimismo ramplón a propósito de la certeza de que el T-MEC se ratificaría, se hubiera planteado la importancia de defender el TLCAN, que nos asegura un posicionamiento privilegiado en el mercado de EU, nuestras ventajas en la negociación serían mayores.
Por lo pronto, ya resultó muy positivo que la posición mexicana sea firme en no aceptar las presiones de EU, donde se pensó que tomaban al gobierno mexicano mal parado y dispuesto a dar lo que se le demandara.