Autor: Enrique Quintana
Diversos hechos parecieran señalar que hay un giro importante en la estrategia del gobierno de López Obrador.
Esta semana el expresidente de Bolivia, Evo Morales, cuya llegada al país generó una tromenta, se trasladó en definitiva a Argentina dejando su residencia en México.
En estos mismos días México, Estados Unidos y Canadá suscribieron el tratado para la región (T-MEC).
La semana pasada, el presidente Trump anunció que, por lo pronto, no designaría a los grupos del narco mexicano como terroristas.
Estos hechos, que pudieran considerarse independientes, con su dinámica propia y con sus explicaciones específicas, en realidad muestran una gran perspectiva.
El gobierno mexicano ha tejido una sólida alianza con el de Estados Unidos, hoy bajo Donald Trump. Pero además ha tenido la habilidad para lograr acuerdos con el Partido Demócrata, que se encuentra sometiendo a juicio político al presidente Trump.
Esta alianza con su vecino del norte implica una redefinición de las relaciones de México con los gobiernos de izquierda en América Latina. Por eso la salida de Evo Morales de nuestro país.
Más allá de la evaluación específica que deba hacerse de la negociación final del T-MEC, lo cierto es que la rúbrica de este acuerdo implica una definición geopolítica para nuestro país.
El gobierno de López Obrador, a mi juicio, tomó la muy acertada decisión de alinearse con Norteamérica.
Si este hecho le implica algún tipo de distancia con los gobiernos que consideraba cercanos, progresistas, del cono sur, esto será un costo totalmente secundario para el gobierno, en la perspectiva global.
La suscripción del acuerdo con Estados Unidos y Canadá puede verse en un sentido estrictamente comercial y eventualmente criticarse algunos puntos específicos de la negociación final. Sin embargo, también puede considerarse desde una perspectiva política más amplia. En ella, el gobierno mexicano está tejiendo claramente una alianza duradera con Norteamérica.
Ya seleccionamos con quién queremos jugar en la geopolítica global.
La trascendencia de esta decisión no ha sido suficientemente ponderada. A mi juicio, esto significa una definición de largo plazo y una elección clara de a dónde quiere ir el gobierno de López Obrador.
Un acuerdo como el suscrito no se limita al establecimiento de reglas arancelarias o de inversión. Se trata de la definición de una perspectiva estratégica para el desarrollo del país en las siguientes décadas.
No se trata de una declaración efímera para una foto ni de un cambio aislado de alguna ley. Ayer se votó el último ajuste de un marco normativo que solo está por debajo de la Constitución, pero se encuentra por arriba de las leyes secundarias.
Esa es la razón por la cual es de esperarse que inversiones importantes que estaban dubitativas respecto a realizarse en México, eventualmente se concreten.
Aunque ayer, en paralelo a la votación del T-MEC en el Senado de México, se dio a conocer un acuerdo preliminar en materia comercial entre Estados Unidos y China, la realidad es que en una perspectiva de largo plazo se percibe que habría conflictos casi seguros entre las dos grandes superpotencias.
Ese es el contexto en el cual el tratado que fue suscrito esta semana adquiere una importancia singular para México.
Podría sorprendernos el volumen de inversiones que en los siguientes años dejarían China para establecerse en México.
Esa es la gran oportunidad.