El T-MEC: a un paso de la vigencia

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Autor: José Carreño

En la retórica de Donald Trump, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) era “el peor acuerdo comercial de la historia” de EU, y ahora el nuevo acuerdo entre Canadá, Estados Unidos y México (T-MEC, por sus siglas en español) es “fantástico”.

Pero Trump es conocido por sus exageraciones. El nuevo convenio es considerado por los expertos como una actualización necesaria para un marco legal que tenía ya 25 años en vigencia y de hecho, preserva casi un 95 por ciento de las provisiones del TLCAN.

Los cambios son significativos, sin embargo. Lo suficiente como para hacer del tratado un tema políticamente importante para Trump y sus rivales demócratas, para el gobierno mexicano y, por supuesto, el canadiense.

Para Trump y los demócratas lo que ahora se presenta como “actualización” del T-MEC tiene implicaciones electorales este año. Uno puede alardear de haber cumplido su promesa de cambiar el TLCAN y logrado “mejores” condiciones para los estadounidenses; los otros, de haber hecho “mejoras” que tendrán impacto en las condiciones de vida de los trabajadores, especialmente en EU y México.

La inclusión de temas de patentes y comercio electrónico, del contenido norteamericano en la construcción de vehículos y el aumento de salarios obligado en la industria automotriz mexicana, así como adiciones en temas laborales y de medio ambiente hechas a última hora en el Congreso estadounidense representan alteraciones importantes y según algunos economistas, una menor ventaja comparativa para México. Pero al mismo tiempo, es políticamente muy importante para el país y para el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador.

Después de todo, en el caso mexicano, mantiene su acceso al gigantesco mercado estadounidense y reitera uno de sus roles originales, de constituirse por sí mismo en una especie de seguro de garantía para inversionistas, a los que parece intranquilizar la retórica del mandatario.

Para Canadá, hay un triunfo tan importante como simbólico en la resolución de disputas, que permanecerá igual que en el TLCAN, auge el mecanismo para resolver disputas entre inversores y estados desaparecerá entre EU y Canadá, permanecerá para ciertas industrias, como la de energía, en el caso mexicano.

Al margen de los detalles, la importancia política para los tres países no puede ser desestimada. Preserva, mal que bien, la idea de un bloque norteamericano, que con mas de 450 millones de habitantes y un comercio trilateral que rebasa los 1.1 millones de millones de dólares es uno de los más importantes del mundo.

Pero el acuerdo y su existencia no garantizan una buena relación con el gobierno Trump, pese a los esfuerzos de Canadá o México, que a gustar o no, tienen una considerable dependencia de su relación con la principal potencia económica del mundo. Y si eso es complicado en tiempos normales, el régimen de Trump lo ha hecho más difícil.

Con todo, es un logro importante.

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