Autor: Enrique Quintana
Si usted llegara del extranjero a México y se informara respecto al ambiente político nacional a través de las redes sociales, especialmente de Twitter, probablemente llegaría a la conclusión de que estamos al borde de una guerra civil.
Si uno observa el tono de quienes participan en esta red social, se encontrará con que nos enfrentamos a una enorme y violenta polarización.
Quienes cuestionan al presidente de la República, en muchas ocasiones, ya no lo hacen en función de sus políticas o de sus decisiones. Es su presencia, sus dichos, sus acentos, su imagen, lo que les molesta y genera una reacción de aversión.
Quienes lo defienden, y quienes atacan a aquellos que lo cuestionan, tampoco escuchan ni aprecian argumentos. Suponen que los críticos han desatado una guerra y ya ni siquiera los ven como adversarios, como el propio presidente los califica, sino como enemigos.
Hasta ahora, este nivel de encono se ha mantenido en redes sociales. Solo de vez en vez se ha expresado en manifestaciones públicas, o en enfrentamientos, sobre todo verbales, entre grupos.
Aunque sea una minoría la que hace uso de Twitter, el tono empleado sintomatiza un problema muy serio que ocurre en México y que no sabemos hasta dónde pueda llevar.
No se trata de la natural contienda política, la que está basada en las diferencias de opinión, de visión, de valores. Se trata de un odio entre grupos que se está acentuando cada día más.
No puede dejar de reconocerse que el propio presidente de la República ha acentuado este tipo de reacciones con sus dichos y su tono.
Pero, del otro lado, quienes en el pasado ni remotamente hubieran insultado al Ejecutivo como hoy lo hacen, también han lanzado ataques a la Presidencia como nunca se habían visto, ni con Peña, pese a que también, por primera ocasión en redes sociales, hubo un enorme encono.
Hay un enfrentamiento inédito en el México contemporáneo.
No se trata de un problema cosmético o de un asunto de un estado de ánimo pasajero.
Se trata de un hecho cuya gravedad hasta ahora no ha sido reconocido por ninguna de las partes involucradas, que casi lo ven como natural. El presidente ha dicho que es la resistencia esperada de quienes ven afectados sus intereses, y sus detractores consideran que se trata de la crítica que merece el desempeño de López Obrador.
Por lo que se ve, ninguna de las dos partes va a admitir que hay una polarización. Pero quienes observamos desde una perspectiva neutral es lo que claramente percibimos.
Quienes pensamos que, al margen de estar de acuerdo o no con el programa de López Obrador, debemos preservar la institucionalidad del país y por lo mismo debemos encontrar puntos de convergencia, al margen de las diferencias, nos estamos convirtiendo cada vez más en una minoría.
Sin embargo, hay que argumentar y reafirmar la posición, no importa que en ese afán quedemos pocos.
De lo que se trata es de establecer una ruta que nos permita evitar que el país vaya a caer en enfrentamientos como los que en el pasado han generado una erosión de la capacidad de convivencia y una destrucción de múltiples activos que el país tiene.
Como sociedad, al margen de lo que haga el gobierno, tenemos responsabilidad de evitar que esa imagen que le describí al comenzar este texto se vaya a convertir en algo cada vez más cercano a la realidad.