Hacer esperar a los pobres es un capital político del Estado

El sociólogo Javier Auyero explica por qué una acción que consideramos cotidiana tiene un trasfondo de dominación y alienación.

El capital político de hacer esperar al otro

El sociólogo y etnógrafo argentino Javier Auyero, director del Laboratorio de Etnografía Urbana de la Universidad de Texas, publicó en 2017 un estudio llamado “Hacer esperar a los pobres es una herramienta de control del poder” sobre las implicaciones y el propósito detrás de una de las situaciones más cotidianas en las sociedades modernas, pero que pocas veces se reflexiona más allá de la molestia que genera: la espera.

La espera específicamente en el ámbito público, que es diferenciada y con mayor impacto hacia los pobres. Por ejemplo, los periodos que las personas deben aguardar para tomar el transporte, el lapso que dura el recorrido de un punto a otro, la fila que deben hacer para recibir atención médica, o esperar ser aceptado en alguna institución de educación superior para continuar una formación profesional. Es decir, la espera exacerbada en rubros que afectan gravemente la calidad de vida de las personas como la movilidad, el acceso a servicios o la garantía de derechos.

Auyero explica que la espera, especialmente en la burocracia, es un capital político de dominación, una herramienta de la que se vale el Estado para reprimir de forma pasiva a los ciudadanos dentro de sus espacios suburbanos, alienándolos completamente. Una espera que además es subjetiva, pues implica ciertas expectativas.

“Hacer esperar a los pobres es una herramienta de control para el poder que les permite vigilar y castigar. A la vez, genera una subjetividad en los pobres, quienes creen que ‘deben’ esperar y que, en ese sentido, actúan como buenos esperantes”.

Ecosistema de espera

Este capital es administrado por funcionarios, autoridades y dueños de una cuota de poder encargados de mantener en el limbo a los pacientes del Estado a través de un efectivo sistema de recompensas o cuentagotas: subsidios, cuotas, bonos, materiales de construcción, etc.

Para que el engranaje de marginalidad urbana continúe funcionando también se necesita que la espera no sea desesperante. Es parte del proceso de dominación, apunta Auyero. Una dinámica que alimenta el sentido de sufrimiento que es plenamente aprovechado por otras instituciones como la Iglesia.

“A través de pequeños progresos y avances que se informan de manera escueta, pequeñas recompensas que mantienen la expectativa de las personas indicándoles que la espera no es totalmente en vano. Este es el marco de la espera en el que se subordina aún más la espera simbólica”.

Y no son solo los pobres los que espera, la clase media también es víctima de esta sumisión. En su caso, la espera se convierte en algo meritorio o, subjetivamente hablando, en una especie de inversión. Es un acto simbólico de perseverancia, ya que no es lo mismo esperar por un camión, que esperar a ser aceptado en Harvard.

“Los largos periodos de espera cansan. Se usan para ir despejando las filas de esperantes y son interpretadas subjetivamente por ellos según sus intereses y perseverancia, toda vez que el funcionario les contesta: siéntate ahí y espera. Esto está descrito y estudiado”.

Hacer esperar a los más pobres

La espera implica sometimiento, acatar órdenes, o como lo dice el autor, adoptar un comportamiento de espera. Ya que, de lo contrario, si hay reclamos o enojos, no solo puede aumentar el tiempo de espera, sino que existe la posibilidad de ser enviado al final de la fila.

La espera también tiene consecuencias en todo aquello que se descuida o deja de hacer en términos de pérdidas: dinero, tiempo, energía. A pesar de ello, se trata de un acto considerado normal, que es parte del orden de las cosas: “si quieres algo debes esperar”. En el caso de las clases más bajas es una certeza: “todos saben que los pobres deben esperar”.

“Uno suele esperar por una licencia de conducir y se queja, pero no solo es la cantidad de tiempo lo que los demás sufren, sino la incertidumbre involucrada en esa espera. La espera de los más pobres es mucho más incierta y cargada de un no saber qué va a pasar y ahí se les va la vida muchas veces. Literalmente”.

Con información de Nota Antropológica.

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