Llegué a las 7 de la mañana a Mixcoac, simulando la rutina de una persona que vive en la periferia de la CDMX y arriba a esa hora para todavía realizar otro trayecto hasta su lugar de trabajo. En este paradero llegan una tras otra las unidades de RTP que se han dispuesto para cubrir la ruta que estaba a cargo de la Línea 12 del Metro.
Tuve suerte y al subirme a la unidad alcancé un asiento, noté que la rutina de estos autobuses es la misma que la de los microbuses: esperar a que se llene la unidad. No pasó mucho tiempo y el transporte comenzó su camino sin contratiempos; sin embargo, el tránsito se incrementaba, pasaron unos 15 minutos y todavía no llegaba ni al Metro Zapata.
De pronto, un usuario, a manera de reto, le exige al chofer que se detenga para que pueda descender de la unidad. Acciones como esa molestan al conductor, aún así, es capaz de explicarle con amabilidad: “no puedo, estoy siendo monitoreado y sólo se me permite hacer paradas en las estaciones del Metro”. El usuario responde con una actitud prepotente: “¿no te puedes parar? No te cuesta nada”. El chofer, por evitar un pleito mayor, lo deja descender en donde, efectivamente, le dio la gana.
Dejando esta riña de lado, donde sólo fui espectadora, la primera mitad del viaje avanza lenta y sin disturbios mayores. Y recalco “lenta” porque ya ha pasado una hora desde que subí a la unidad y apenas voy llegando a Metro Atlalilco.
Si de verdad mi destino fuera mi trabajo no habría llegado. Dependiendo del jefe que tuviera, quizá ya tendría mensajes de reclamo o incluso la instrucción de regresar a casa. La travesía en el transporte público para llegar al trabajo no suele ser tema que importe a los jefes, ¿qué importa si el Metro no funciona? La obligación es cumplir.
Justo a la altura de la estación Periférico Oriente, un puesto de frutas decide que quiere ocupar dos carriles de la avenida, lo cual termina por reducir la vialidad de Tláhuac en uno solo (o uno y cachito) y justo en el mero cuello de botella. Como si no fuera suficiente, una ambulancia viene en sentido contrario.
Ya observo rostros de desesperación y no ha empezado ni siquiera la jornada laboral. Continuamos el camino hasta llegar a Tlaltenco y alcanzo a escuchar que el chofer preferiría terminar la ruta en ese punto porque sus colegas de los microbuses han estado bastante aprehensivos con el tema del servicio de apoyo, “a un compañero ya le dieron un piedrazo en el parabrisas, no nos quieren, pero pus yo qué”.
A las 9:30 de la mañana termino el recorrido en Tláhuac, en un paradero que tiene como misión llevar a las personas de la periferia a sus trabajos, a las zonas económicamente activas de la ciudad. El detalle es que ahora toca apechugar y ver qué sucederá con la Línea 12, me recordó ese posteo del usuario Nuñez Alaide que se hizo viral en redes sociales después de la tragedia y que hablaba de la dignidad de la movilidad de los tlahuicas, pero mejor se los comparto para tratar de entender que además de las familias rotas y los heridos a quienes les cambió la vida el incidente, la movilidad digna se perdió otra vez hasta nuevo aviso.