Nadie se escapa al fenómeno de los influencers. Millones de personas de todas las edades consumen sus contenidos, los escuchan, saben quiénes son y lo que hacen. Pero ¿por qué es tan importante lo que tienen que decir y hasta dónde pueden llegar?
La voz «influencer» es un anglicismo usado en referencia a una persona con capacidad para influir sobre otras, principalmente a través de las redes sociales. Como alternativa en español, se recomienda el uso de influyente: Cómo ser un influyente en redes sociales. Real Academia Española (RAE)
Si alguien busca esta palabra en Google, lo primero que aparecerá es la definición de Oxford Languages:
Famosos construidos en internet. Nacidos en Facebook, YouTube, Twitter, Instagram, TikTok. Una nueva ola de “comunicadores” que crean materiales audiovisuales donde hablan “de todo un poco”, opinan sobre lo que se les da la gana, y la gente los escucha porque la fórmula funciona: hay una aparente cercanía, las imágenes son más frescas, sus charlas se sienten ligeras y divertidas, lejos de las imágenes acartonadas de los artistas y políticos de los medios tradicionales de información.
Aunque estas figuras públicas pueden venir “desde abajo”, como Aldo Mancinas, un chico con 6.6 millones de seguidores en Facebook que se hizo famoso contando las historias sobre su infancia en un pequeño pueblo de la sierra de Chihuahua, o Yeri Mua, una fashion blogger originaria de Veracruz que ha conseguido el éxito con videos sobre cómo vestirse para ir al WalMart o a comer tacos, los influencers mexicanos más famosos pertenecen a familias con mayores recursos y se han hecho famosos mostrando estilos de vida a los que difícilmente podría acceder la mayoría de las personas en un país con 67 millones de pobres.
Los primeros lugares de popularidad en el país los ocupan figuras como Kimberly Loaiza, Yuya, Luisito Comunica, Juanpa Zurita. Estas nuevas figuras públicas acumulan decenas de millones de seguidores, quienes disfrutan de su éxito como si fuera propio y los ven todos los días, alumbrándolos desde su escaparate: los influencers viajan, imponen modas, comen en lugares excéntricos, disfrutan en familia, compran ropa, venden maquillaje, cantan, cambian su ‘look’, opinan sobre la coyuntura, ríen, cocinan, recomiendan productos de todo tipo. Es una nueva forma de éxito, un nuevo estatus, otra forma de soñar para los mexicanos ‘de a pie’.
En medio del nuevo mundo de la era digital, los influencers se han convertido en un fenómeno de la comunicación, el marketing y la publicidad: si ella o él lo usan, millones de personas lo compran, lo consumen, aspiran también a tenerlo algún día. Si él o ella lo dicen, podría ser cierto, o al menos se convierte en trending topic, en algo para reflexionar. En el mundo de los influencers todos son bienvenidos para opinar. El espacio está abierto en los comentarios de Facebook o YouTube.
Tanto es así, que no pudieron faltar en el pasado proceso electoral: estar ahí se convirtió en una necesidad para los partidos políticos, ansiosos de sentirse cercanos a la población y ganar adeptos, e incluso fuimos testigos del fenómeno mediático en el que se convirtió el caso de gobernador de electo de Nuevo León, cuya relación con la influencer Mariana Rodríguez (“fosfo, fosfo”) fue fundamental para catapultar su carrera política.
Los influencers se han convertido en los nuevos líderes de opinión de nuestra generación. Tienen en sus manos el poder de la comunicación, pero también una gran responsabilidad social. Sus palabras, muchas veces tomadas a la ligera, tienen consecuencias no solo comerciales (y muy redituables), sino también sociales, políticas o hasta jurídicas, como en el caso de la youtuber Yoselin Hoffman, conocida como YosStop, presa en Santa Martha Acatitla por el delito de pornografía infantil. Otros, como Juanpa Zurita, han utilizado sus plataformas para participar en campañas humanitarias. Algunos simplemente se van de viaje, muestran su ropa o su comida.
El mundo los observa. Ellos hablan. La responsabilidad de sus palabras y sus actos está en el aire. El mensaje que pueden mandar puede ser incluyente, plural, positivo; pueden crear conciencia, como las ideas contra la gordofobia, en pro de la diversidad sexual y antiestereotipos de Priscila Arias, La Fatshionista. Los creadores de contenido pueden seguir hablando a la ligera o pueden asumir una mayor responsabilidad (más allá de las reglas que las mismas plataformas establecen, como la restricciones a las groserías o los desnudos) y el compromiso de informarse antes de lanzar opiniones sin perspectiva de derechos humanos sobre temas de interés social o nacional.
Cada vez existe mayor consciencia sobre el impacto de los contenidos que publican los influencers en las redes sociales y la reflexión está sobre la mesa: pueden dejar de ver a sus seguidores como simples espectadores o consumidores y empezar a asumirlos como ciudadanos en quienes depositar un mensaje con responsabilidad social. Muchos niños y adolescentes los admiran, y aún es posible que canalicen su capacidad de influir para aportar algo positivo a las nuevas generaciones.
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