eleccion árbitros electorales
En México se discute la posibilidad de que los consejeros del Instituto Nacional Electoral (INE) y hasta magistrados sean elegidos por voto popular. La propuesta ha encendido un debate profundo: ¿realmente fortalecería la confianza ciudadana en el sistema democrático o abriría la puerta a una politización aún mayor? Para responder, conviene mirar hacia afuera y observar cómo otros países —particularmente democracias consolidadas— seleccionan a sus árbitros electorales.
En el debate sobre si los consejeros del INE y los magistrados deben ser elegidos por voto popular, conviene mirar qué hacen otras democracias. La experiencia internacional muestra distintos modelos de selección, que van desde designaciones institucionales hasta elecciones directas en algunos estados de Estados Unidos. Revisar estos ejemplos permite dimensionar los riesgos y beneficios que tendría para México optar por un esquema similar.
En el Reino Unido, los miembros de la Electoral Commission no se eligen por votación popular. Son designados a partir de recomendaciones de comités y con la supervisión del Parlamento. Algo similar ocurre con los jueces de la Supreme Court, cuya selección depende de una comisión independiente que prioriza el mérito y la experiencia jurídica. El sistema apuesta por blindar la función electoral y judicial de los vaivenes partidistas, aunque algunos critican la distancia que genera respecto a la ciudadanía.
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El modelo alemán también se aleja de la elección directa. El Bundeswahlausschuss, órgano que supervisa las elecciones federales y valida candidaturas, está integrado por diputados y jueces federales nombrados institucionalmente. Los magistrados del Tribunal Constitucional Federal se eligen mediante un proceso en el Bundestag y el Bundesrat. Este esquema busca un equilibrio entre representación política y autonomía técnica, confiando en la fortaleza de sus instituciones para garantizar imparcialidad.
Aunque Suiza es famosa por su democracia directa, sus jueces federales del Tribunal Supremo no se someten al voto ciudadano. Son elegidos por la Asamblea Federal, lo que asegura profesionalismo, pero también abre el debate sobre la influencia de los partidos en el proceso. Es un ejemplo de que incluso países con fuerte cultura participativa reservan estos cargos a procedimientos institucionales, conscientes de la necesidad de estabilidad y neutralidad.
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En Canadá, los jueces de las cortes federales y provinciales son nombrados por el gobierno federal o provincial, pero previamente pasan por comités de evaluación que revisan méritos, trayectoria y capacidades. Se privilegia la independencia técnica y se busca reducir la intervención partidista. El ciudadano no vota directamente por jueces o árbitros, pero confía en un sistema que enfatiza la profesionalización.
La gran excepción es Estados Unidos, pero incluso allí el modelo es parcial. Los jueces de la Corte Suprema y de cortes federales son designados por el presidente y ratificados por el Senado. Sin embargo, en muchos estados los jueces locales y de cortes supremas estatales sí se eligen en las urnas. Este modelo ha generado debates intensos: por un lado, da a los votantes un papel directo; por otro, introduce campañas costosas, financiamiento privado y riesgos de sesgo político en las decisiones judiciales.
La comparación es clara: en las democracias más consolidadas, los árbitros electorales y jueces no se eligen por voto popular, sino mediante designaciones institucionales y procesos de evaluación profesional. La elección directa, como se ha ensayado en algunos lugares de Estados Unidos, ofrece más visibilidad ciudadana, pero también mayores riesgos de politización y dependencia del financiamiento electoral.
Si México decide convertirse en una “excepción” con el voto popular para consejeros y jueces, deberá diseñar un sistema robusto, con filtros técnicos, transparencia y educación cívica. De lo contrario, lo que se presente como un avance democrático podría derivar en nuevas vulnerabilidades para la confianza en nuestras instituciones.
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