La UNESCO emitió un reconocimiento oficial en el que declara a los sonideros de la Ciudad de México como Patrimonio Cultural Inmaterial. La noticia fue anunciada por Martí Batres, el jefe de Gobierno interino de la Ciudad de México, quien subrayó la importancia de esta expresión cultural que ha florecido en los barrios de la ciudad.
Este reconocimiento destaca la influencia y la vitalidad de la cultura de los sonideros, que han dejado una marca profunda en la identidad de la capital mexicana a lo largo de los años. El mandatario se mostró emocionado por esta declaración y resaltó la importancia de proteger y preservar esta expresión cultural.
“La presente declaratoria tiene como finalidad establecer la responsabilidad de preservar la expresión declarada como Patrimonio Cultural Inmaterial, a través del Plan de Salvaguardia instrumentado para tales efectos. Es música, es baile, es iluminación, es fiesta, es fiesta en las calles y hay una interacción entre los sonideros y el público participante”.
Martí Batres
La música de los sonideros, combinada con su característico juego de luces y su enérgico ambiente festivo, ha cautivado a generaciones de capitalinos y visitantes de la Ciudad de México. Este reconocimiento no solo celebra la contribución de los sonideros a la cultura musical de la ciudad, sino que también subraya su capacidad para unir a comunidades y fomentar la cohesión social.
El documento de reconocimiento emitido por la UNESCO establece que la Secretaría de Cultura deberá incorporar la declaratoria a la Plataforma Digital del Patrimonio Cultural, Natural y Biocultural de la Ciudad de México en un plazo de 10 días, asegurando así la identificación y divulgación de esta distinción.
La declaración de los sonideros como Patrimonio Cultural Inmaterial es un hito significativo que reconoce su legado y su impacto duradero en la vida cultural de la Ciudad de México. La noticia ha sido recibida con entusiasmo tanto por los sonideros como por la comunidad en general, marcando un momento importante en la historia cultural de la ciudad.
La noche de sábado fue bulliciosa Ciudad de México, y el ritmo del barrio estaba a punto de encenderse hasta las estrellas. Las calles vibraban con la emoción contenida de los chilangos, quienes sabían que algo grande se avecinaba: ¡una fiesta sonidera estaba a punto de estallar!
La magia comenzó al caer la tarde en la mítica colonia Guerrero. Las calles se llenaron de personas dispuestas a bailar, sudar y sacudir sus caderas al ritmo de la cumbia, salsa y otros ritmos tropicales. Las luces de neón se encendieron, y los altavoces gigantes se alzaron como guardianes de la noche.
El DJ, o mejor dicho, el sonidero, tomó su lugar en el escenario improvisado. Su equipo de sonido era un monumento al exceso: enormes bafles, luces parpadeantes y un arsenal de vinilos que harían sonrojar a cualquier amante de la música. La multitud estaba ansiosa por que comenzara el espectáculo.
Las primeras notas de cumbia resonaron en el aire, y de repente, todos los presentes entraron en un trance rítmico. No importaba si eras un experto bailarín o si tus movimientos eran más bien torpes; la música te poseía y te hacía parte de un todo. La pista de baile se llenó de gente de todas las edades, desde los abuelitos con sus pasos nostálgicos hasta los niños que apenas aprendían a menearse al compás de la música.
Los sonideros, ataviados con chaquetas brillantes y sombreros extravagantes, se convirtieron en los conductores de esta travesía musical. Anunciaban cada canción con una voz enérgica y carismática, invitando a todos a unirse al frenesí sonidero. “¡Dale, dale, dale!”, gritaban, y la multitud respondía con aplausos y vítores.
La música fluía sin cesar, y la noche avanzaba con un ritmo frenético. La gente se refrescaba con refrescos y cervezas bien frías, necesarias para mantener la energía en esta danza continua. Los vendedores ambulantes ofrecían delicias como tacos y elotes, que se sumaban a la explosión de sabores de la noche.
Las parejas se abrazaban y giraban al compás de la música, mientras que los solteros buscaban valientemente a su próxima pareja de baile. La atmósfera era de pura alegría y camaradería, como si todos fueran amigos de toda la vida.
La fiesta continuó hasta las primeras luces del amanecer, cuando el cansancio y la euforia se mezclaron en una sonrisa de satisfacción en los rostros de los asistentes. Las calles de la Ciudad de México habían sido testigos de otra inolvidable noche sonidera, donde la música y la comunidad se habían unido en una celebración de la vida.
Y así, mientras el sol salía en el horizonte, los sonideros de la CDMX demostraron una vez más que la música puede unir a las personas, sin importar su origen o destino. La fiesta sonidera seguía viva y resonando en el corazón de la ciudad, lista para encender la sabrosura en la próxima noche de baile, sobre todo ahora es es considerada por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial.
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