La potencia del movimiento feminista que ha cimbrado a México es emocionante y la razón que hay detrás es aterradora: se puede violentar a una mujer —matarla incluso— y no pasa nada, porque padecemos una violencia extendida, tolerada y arraigada en lo más profundo de nuestra sociedad misógina.
Los fenómenos que han surgido en años recientes son una muestra de cómo la agresión de género se expresa de mil formas. Hago un breve recuento:
#MiPrimerAcoso, que empezó en 2016 para denunciar no solo el acoso, sino también el abuso y hostigamiento, esa violencia invisible que está permeada en todas las capas del tejido social.
#JusticiaParaLesvy, la estudiante de la UNAM que fue encontrada sin vida dentro de las instalaciones universitarias. De inmediato, las autoridades aseguraron que se trataba de un suicidio, sin embargo, una investigación formal demostró que en realidad había ocurrido un feminicidio en pleno campus.
#MeTooMx, que con una avalancha de denuncias, destapó una coladera de violaciones, humillaciones, maltrato, sometimiento, chantaje… y la lista podría seguir. Se trata de agresiones que la mayoría de las mujeres hemos vivido, cometidas por nuestros tíos, amigos, compañeros, hermanos, padres, novios, ex novios, esposos, vecinos, autoridades, maestros y jefes.
#LeyOlimpia, que surgió a partir de que un video sexual de Olimpia Coral, fue publicado en redes sociales sin su consentimiento y detonó tanto burlas como difamación a una escala monumental. De forma valiente, Olimpia tomó su caso personal para impulsar una ley que fue aprobada en Ciudad de México, la cual reconoce los delitos contra la intimidad sexual y el ciberacoso.
#NoMeCuidanMeViolan, a partir de las grotescas violaciones a mujeres cometidas el año pasado por policías, y cuya cobertura en medios fue lamentable ya que en vez de poner el foco en el problema desviaron la atención con titulares como: “Destrozos”, “Vandalizan de nuevo”, “Protesta, furia y vandalismo”, “Se sale de control marcha feminista”.
Ahora estamos a unos días de la marcha 8M y el histórico paro “un día sin mujeres”, programado para el próximo lunes 9 de marzo: ni una mujer en las calles, ni una mujer en los trabajos, ni una niña en las escuelas, ni una joven en las universidades, ni una mujer comprando. Un paro que busca reivindicar y visibilizar la relevancia de las mujeres en el desarrollo económico, social, jurídico y político y que grita: “¡dejen de matarnos!”.
Es un movimiento efervescente y transversal que no está dispuesto a ceder y cada día que pasa toma más fuerza, mientras las autoridades, completamente aletargadas e insensibles, no saben ni por dónde empezar a enfrentar el problema de la violencia de género.
El hecho de que existan 10 feminicidios es algo más que una cifra: se trata de una preocupante tendencia al alza que debe ser revertida de inmediato, y que ha hecho que la sociedad se movilice. Habla de una discriminación estructural e histórica, un problema del que también el Estado es responsable y tiene la obligación de garantizar la seguridad y vida de las mujeres. Porque no, no son “prostitutas, fiesteras, drogadictas” que “se lo buscaron”: son primas, hermanas, madres, amigas, compañeras de trabajo, que son asesinadas por el simple hecho de ser mujeres. Las prácticas sociales que tenemos en nuestro país permiten atentados contra la integridad, salud, libertad y vida de la mujer, en muchos casos perpetrados en el círculo más cercano. Según datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (2011) 63 de cada 100 mujeres de 15 o más años han padecido algún incidente de violencia.
¿Qué mensaje nos deja esto? La desvalorización de la mujer en sociedades latentemente machistas como la nuestra genera una tierra fértil para que la violencia se manifieste en todas sus formas, ya que es tolerada socialmente y esto genera un clima de impunidad. El hombre abusa de la mujer porque puede hacerlo y porque así le enseñaron. Tenemos un Estado que no da garantías, el cual además, entre omisiones y negligencias, no es capaz de erradicar estos crímenes. Ni sanciona ni investiga ni garantiza justicia.
Pero 2020 es feminista, y en el ambiente que huele a muerte, también se siente una energía esperanzadora. Se acabó el silencio y se percibe un aire transformador generado por las mujeres, el cual no frenará hasta tener una vida libre de discriminación y violencia, así como lograr la igualdad de género en todas las dimensiones.
Desde nuestros lugares, no paremos hasta que se adopten medidas urgentes para prevenir las muertes violentas: para que se investiguen, enjuicien y sancionen a los responsables por el delito de feminicidio, se generen políticas públicas que sean integrales, con perspectiva de género y se escuchen a las familias de las víctimas.
Este 8 de Marzo nos vemos en la marcha y el día 9 no cuenten conmigo.
* Periodista y documentalista
@woldenberg
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