Realmente, no es que el gobierno y la iniciativa privada hablen dos idiomas diferentes, es que son dos proyectos de nación diferentes, casi irreconciliables entre sí.
Parece que al presidente no le gustan las iniciativas del sector empresarial para paliar la crisis que se viene, no le gusta tampoco que la Secretaría de Hacienda valide algunas de las ideas ni mucho menos que las respalde aunque éstas no tengan una repercusión directa al erario. Vamos, que al presidente no le gusta, ni siquiera, que los empresarios se organicen y presionen, legítima y políticamente, al gobierno para acompañar o crear nuevos planes de la mano del sector productivo.
Dudo que los treinta millones de votos, al menos la mayoría de ellos, que llevaron al presidente a ser el hombre más poderoso en la historia contemporánea del país, fueran sufragios pensados realmente en los términos de las decisiones que ahora vivimos, sin embargo, nadie puede alegar que todo esto “llegó por sorpresa”.
El presidente tiene un proyecto de nación con la visión de un hombre aldeano, un serio problema en el corte de miras, quiere un país chiquito, sencillo, pobretón y sin grandes ambiciones.
Le apuesta más al México confinado entendiendo la independencia como la soberanía de sus sectores productivos frente a la globalización, ha dicho, por ejemplo, que se trabajará para no tener que vender ni un barril de petróleo al extranjero o no tener que comprar alimentos a ninguna nación, reviviendo el concepto de “soberanía” de la guerra fría a costa del concepto de crecimiento económico que, simplemente, no le importa.
Estamos en la antesala de un fracaso épico, todas las crisis del pasado serán una bicoca en comparación a lo que comenzaremos a sufrir antes de que se termine el año: miseria, pobreza, desempleo, informalidad, crecimiento de los delitos, violencia e impunidad, todo en el marco de la corrupción tolerada con el alcahuete de la opacidad soberana.
Y ya hay culpables, el dedo flamígero de la Cuarta señalará como enemigos de la nación a los empresarios, serán los autores del infierno y todo aquello que se relacione con la productividad quedará como un término proscrito… ¡Viva México, cabrones!
Vienen más radicalizaciones, no sé a qué nivel, solo espero que a la encarnación de Juárez y el Tata Lázaro no se le ocurra comenzar a expropiar negocios en beneficio del pueblo bueno y sabio. Ojalá que en el rito de la “transformación” no se hayan mezclado los espíritus de López Portillo y Echeverría… Pero vienen más radicalizaciones, téngalo por seguro.
De entrada, es peligrosa y deleznable la lucha de clases que se alienta desde Palacio, con el objetivo, al parecer, de dinamitar a la clase media y darles la bienvenida pronto a los programas sociales para los más necesitados.
Y parece, también, que a la IP aún no le cae el veinte: Es neta, son dos proyectos de nación muy diferentes, el presidente los quiere de florero, ¿se van a dejar?
A ver, si nadie capitaliza políticamente el descontento social que se viene habrán desaparecido totalmente los contrapesos de la nación. Urgen líderes que entiendan el lenguaje de la gente y sobran los cartuchos quemados.
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