En el sexenio de Mancera recibí una invitación para ir a conocer el C5 capitalino. Antes había conocido el de Ciudad Juárez, intervenido por la Policía Federal en tiempos de Calderón, en un intento por controlar esa población fronteriza.
Pero el Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano de la Ciudad de México es otra cosa. Edificado en tiempos de Marcelo Ebrard, uno termina con una sensación de agobio: conocer que, en efecto, hay un big brother genera desasosiego. Desde ese búnker de la colonia Del Parque se puede controlar la capital; saber cómo se mueve la gente, qué ruta siguen algunos criminales, quién de la policía no está haciendo su trabajo, dónde y sobre todo por qué se ha vuelto camote la vialidad… todo en tiempo real.
Y se puede saber, además, que la alerta sísmica sonará: hay al menos una pantalla en la que se monitorea la actividad en la costa sur del Pacífico de México; en ese plasma se registra el momento en que ocurre, a cientos de kilómetros del altiplano, algún temblor de mediana intensidad que podría remecer a varias entidades, como el de este martes.
Sin embargo, lo más impresionante, desde mi punto de vista, del C5 no eran las pantallas, ni el entrenamiento que reciben policías, bomberos y trabajadores de protección civil que las monitorean. Ni la previsión que tuvieron sus creadores para la autosuficiencia (tanques de diesel y plantas de electricidad garantizan que esas instalaciones operen incluso en caso de que una catástrofe –tocamos madera– los deje aislados). Vaya, ni las unidades móviles que, desplazadas al lugar de una contingencia, alimentan de información en tiempo real al C5 impresionan tanto como unos lugares vacíos dispuestos en la sala de decisiones de ese edificio.
Los creadores del C5 dispusieron, con lógica que derrota nuestra bien ganada fama de improvisaciones, decenas de funcionales escritorios con conexión eléctrica, internet e identificadores. Si un evento de gran magnitud ocurriese, personal de Protección Civil federal, de la Defensa, de la Marina, de la Policía, de Gobernación, etcétera, podría llegar y ni siquiera tendría qué preguntar en dónde le tocaba instalarse: tienen lugares predeterminados.
A ese búnker se trasladó Claudia Sheinbaum el martes, fecha del sismo de 7.5 grados. Ella muy bien.
La gran pregunta es por qué el Presidente de la República no aprovechó esas instalaciones, para nada lejanas al despacho presidencial, si quería mostrarse a cargo de la situación. Y la duda es por qué vimos al mandatario, y a tres de sus principales secretarios para un caso de emergencia –Marina, Sedena y Seguridad–, “atender” los primeros minutos de la crisis en el patio de Palacio, en donde los tres funcionarios se limitaban a ver al tabasqueño hablar con David León, titular de Protección Civil.
Las capacidades de diferentes instancias del gobierno mexicano para lidiar con una catástrofe se han forjado en no pocas décadas. Desde el meteorológico, el Plan D-N-III, el sismológico… hasta la creación de C5 en los estados, México no está de rodillas frente a una adversidad de origen natural o imprudencial.
Pero una respuesta óptima ante una emergencia depende del adecuado aprovechamiento de las capacidades instaladas, de no entorpecer en momentos críticos las labores de aquellos que tienen funciones clave, de que el líder no se convierta en un obstáculo para sus colaboradores.
Por supuesto que el Presidente de la República debe enviar en esos momentos mensajes claros. De calma, de información, de instrucciones, según sea el caso.
Nadie duda que López Obrador quiso mostrarse como un gobernante sensible y ocupado en lo que pudo ser una tragedia mayor, una que de cualquier manera cobró vidas y patrimonio en poblaciones de Oaxaca.
El problema es que el Presidente no quiere enterarse de que el gobierno existe independientemente de él. Que tiene instalaciones, como el C5 capitalino, u otras de las Fuerzas Armadas, e incluso unas en Palacio, donde se le pudo haber mostrado como un líder al frente de un eficaz equipo que proporcionaba información verdaderamente útil.
En vez de ello, tenemos memes. Memes que hacen mofa de Andrés Manuel atendiendo la emergencia como si México estuviera en los cuarenta. Sin pantallas, sin internet, sin interacción de varias vías, en una palabra sin mayor idea que la rancia noción de que lo que importa es lo que le digan al señor presidente, y lo que éste repita de manera fraccionada, escueta, desarticulada.
Sin minimizar las muertes en Oaxaca, qué bueno que no pasó a mayores; ¿se imaginan a AMLO pidiendo a David León que ocupe su tiempo en llamarle por teléfono a él en vez de dejarle que se aboque a coordinar la respuesta nacional a la emergencia?
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