Eran aproximadamente las dos de la tarde de aquel domingo 1 de julio. Quienes seguíamos de cerca los avances de las cifras de la encuesta de salida que realizaba el equipo de Alejandro Moreno en El Financiero, no estábamos sorprendidos.
Los resultados parciales indicaban una amplia ventaja para el candidato de Morena y sus aliados. Ya no había duda: AMLO sería presidente de México a partir del 1 de diciembre de 2018.
Las cifras del día confirmaban las encuestas que anticipaban un triunfo por más de 50 por ciento.
Lo que resultó sorprendente de aquella jornada fue que la ola que levantó AMLO condujo a que, en las dos cámaras, Morena y sus aliados obtuvieran la mayoría absoluta.
Se ha escrito mucho a propósito de que fue el hartazgo de la población con el estado de cosas lo que motivó el triunfo de AMLO.
AMLO, el candidato, tuvo la habilidad para reunir tras de sí a quienes estaban cansados de la corrupción, de la inseguridad o de la falta de un crecimiento más robusto de la economía.
Eso fue lo que permitió un triunfo que no tuvo precedente desde que hay una democracia moderna en México.
Hoy las cosas son diferentes.
A lo largo de dos años, una parte de la población transitó de la esperanza hacia la frustración.
Pero, con todo, como lo refleja la encuesta que hoy publica El Financiero, López Obrador sigue teniendo un respaldo mayoritario.
A pesar de una baja significativa en los últimos dos meses, lo respalda aún un porcentaje ligeramente superior al que votó por él.
Eso es algo que no puede perderse de vista. Percibo en muchos críticos la visión de que la mayoría de la población ya está en contra de AMLO, lo que no es correcto.
Ese respaldo es más significativo aun cuando estamos en el peor desastre económico de los últimos 90 años, con una pandemia que no habíamos visto en varias generaciones y con un nivel de violencia inédito en México.
Creo que parte de la explicación del porqué AMLO tiene ese nivel de respaldo es porque no ha aparecido ‘otro AMLO’.
Lo que logró López Obrador en las elecciones de hace dos años implicó haber construido una imagen opositora por mucho tiempo, a través de una senda accidentada, en la que a veces parecía incluso que no tenía futuro.
La oposición a AMLO, dos años después, no sólo carece de una figura que le dé identidad, sino que los partidos opositores, que debieran estar recuperando espacios, luego del desgaste y los errores del actual gobierno, padecen su peor debacle en años.
Como hemos publicado diversas ocasiones en El Financiero, si las elecciones del 2021 fueran hoy, Morena todavía sería, con amplitud, la fuerza política con más respaldo en México.
Pero AMLO tampoco debe perder de vista que hoy ya no es 2018. El discurso que culpa de todos los males al neoliberalismo se ha desgastado.
Los moderados, los racionales de la 4T, que tuvieron su tiempo, hoy están bajo fuego. Los más radicales se han lanzado a la yugular de Ebrard, Monreal, Ramírez Cuéllar, Romo, a quienes ven como los ‘mencheviques’ de la revolución.
Y AMLO lo ha propiciado.
Tras haber rebasado la frontera de los dos años del triunfo, AMLO se encamina a una encrucijada.
Ya no caben todos en su movimiento, en la 4T. En los siguientes meses habrá de definirse si acepta el juego democrático, o si considera que las reglas del ‘neoliberalismo’, incluyendo las del proceso electoral, son sólo las de la ‘democracia burguesa’, que no tienen que ser respetadas por el pueblo, que ahora no sólo irá por el triunfo en los comicios, sino por todo el poder del Estado.
Dos años después, ya no somos los mismos. Tampoco AMLO.