La decisión del gobierno mexicano de anunciar una reapertura de actividades cuando aún estamos en un pico constante y creciente de contagios de Covid19, con una curva nada aplanada y más bien ascendente, parece obedecer a dos hechos: primero, a la urgencia de reabrir sectores de la economía que están a punto del colapso ante la falta de apoyos fiscales que no quiso otorgarles el mismo gobierno y en algunos de los cuales hay presión directa de Estados Unidos para no afectar sus cadenas productivas, y segundo, a que ante la falta de control real de la pandemia y de un modelo epidemiológico que ya fue rebasado y en la confusión total de las cifras ya no puede saber cuánto durará el pico de contagios y de qué tamaño realmente es la afectación de la pandemia, ahora opta por un regreso a la actividad y que se contagien los que tengan que contagiarse.
Es como si de facto y sin decírnoslo a los mexicanos, el gobierno del presidente López Obrador haya apostado, presionado por una economía que se le derrumba por no haberle inyectado recursos y apoyos al empleo, a seguir exactamente el mismo modelo de Estados Unidos, en donde, a pesar del enorme riesgo de que haya nuevas olas de contagios, Donald Trump ordenó reabrir varios sectores económicos y algunos estados republicanos lo siguieron cuando aún no tienen totalmente controlada la pandemia.
Lo dijo muy claro el doctor Anthony Fauci ante el Senado de su país: decidir la reapertura por criterios políticos y económicos, antes que por criterios de salud, traerá consecuencias graves.
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