El Presidente regresó el domingo a su tierra, Macuspana, donde nació, creció y se formó, pero le fue mal en un mitin de unas dos mil personas. Ahí, donde Andrés Manuel López Obrador arrasó en la elección presidencial (137 mil 66 votos) a sus adversarios José Antonio Meade (18 mil 639 votos) y Ricardo Anaya (12 mil 341), la realidad lo alcanzó. La multitud abucheó al gobernador y al alcalde, lo que molestó al Presidente y pidió respeto para ellos. Los macuspeños no pararon y provocaron su fastidio –visto a través de su mirada y gestos–, que devino en enojo –proyectado por frases como “ya chole”, y de la amenaza de cancelar su discurso–, y lo llevó a un intercambio a gritos cuando al tratar de acallarlos, incendió el momento.
En Macuspana le gritaron que las autoridades no les habían bajado la luz, ni les construyeron carreteras, ni les llevaron el agua, como él prometió y presumió varias veces de haberlo hecho. Le reclamaron que no les llegaban los programas de becas para secundaria, ni para discapacitados. López Obrador decía que no era cierto, que mentir era cosa del demonio –literal–, y cuestionaba la veracidad de los reclamos. El enojo debió haber tenido la frustración como preámbulo, al ser su tierra, Tabasco, un estado privilegiado. Las críticas que tiene el Presidente en el resto del país son por su discrecionalidad hacia su tierra, y por la condonación de deudas y de actos criminales. ¿Cómo entonces, si tanto les ha dado, lo interpelan y reclaman el incumplimiento de sus promesas?
El Presidente se enredó y, como todas las cosas, lo tomó personal. El grito de Mascupana debería de servirle como llamada de atención de que las cosas no están saliendo como él quisiera o como él cree. Una buena parte de su disociación de la realidad, de acuerdo con personas cercanas dentro de Palacio Nacional, es porque sus colaboradores no le dicen las cosas como son, fundamentalmente por miedo, y cuando alguien se las dice, no les cree. Sin embargo, el enemigo para él no está adentro, sino afuera, como volvió a mencionar el lunes de sus opositores y de los medios de comunicación. Es decir, sus opositores, que no existen, son en su imaginación poderosos, y los medios son únicamente mensajeros, por lo que sin importar todo lo que hiciera contra ellos, la realidad no va a cambiar.
Lo que sí podría cambiar es cómo gobierna y cómo estructura su gobierno. Si en Macuspana le reclamaron que los programas sociales no llegan, en lugar de decirles mentirosos y mandarlos al infierno, sería más útil que revisara la logística y la organización, para ubicar las fallas y las deficiencias de los responsables en su equipo, que lo colocan en situaciones incómodas. Si los reclamos son regulares en distintas partes del país, el problema es definitivamente interno. No es su culpa directa, pero tiene culpa indirecta.
Por una parte, ha hecho una mala selección de funcionarios que han probado ser incompetentes. Por otra, el diseño institucional del gobierno es inoperante y contraproducente. El Presidente no puede, ni debe, dedicarse a microadministrar. No puede porque no le alcanza el tiempo, ni debe, porque su tarea es organizar, no ejecutar. Lo que necesita es un jefe de Oficina que asuma la coordinación de la instrumentación de los programas de gobierno. Alfonso Romo, que tiene ese nombramiento, hace otras tareas que le encomendó el Presidente. Nadie, dentro de Palacio Nacional, da el seguimiento de los programas presidenciales y monitorea su aplicación. La falta de un funcionario responsable de ello provoca desaguisados como los de Macuspana. La variable subjetiva es la concentración del poder, de su aplicación, de su ejecución, de su seguimiento, de su vigilancia y de todo lo que respira y transpira el gobierno, en las manos y la voluntad de López Obrador.
No es extraño que, como revelan las encuestas de aprobación presidencial, venga en caída. Mantiene un porcentaje alto de apoyo, de alrededor de 60%, pero en 14 meses se desplomó casi 20%, y su tendencia es a la baja. De no hacer correcciones, no es lo más bajo de su gobierno lo que se está registrando, sino el principio de la escalera descendente. Si mantiene la verticalidad de gestión, sin márgenes para autonomía que obligue a sus colaboradores a rendir cuentas al Presidente, no faltan muchos meses más para que su aprobación caiga por debajo del 50%.
El desgaste del Presidente, como él lo ha dicho, es natural, pero López Obrador no lo procesa correctamente, porque culpa a entes metafísicos como el neoliberalismo. Está en lo correcto cuando menciona las resistencias, porque siempre que hay cambios hay resistencias, como las enfrentó el presidente Enrique Peña Nieto con sus reformas estructurales, que enfrentaron una fuerte y a la vez violenta oposición de grupos políticos vinculados, en varios frentes, a López Obrador.
También es cierto que es el Presidente más criticado, aunque hay una explicación. Ninguno de sus antecesores hablaba diariamente y carecía de colchones. Nadie enfrentaba sistemáticamente cuestionamientos de todo tipo sobre todos los temas, a los que responde con réplicas emotivas, a veces sin información y en ocasiones con profunda ignorancia del tema. De ahí que entre en contradicciones y tenga que recurrir a ocurrencias o mentiras. Un buen ajuste, para minimizar el desgaste, serían las mañaneras, no para eliminarlas, sino para incorporarle un formato para que cumpla su propósito de informar y replicar, pero escapando de la selva que él mismo estimula y alimenta, donde por lo que se está viendo en la percepción pública, tiene rendimientos decrecientes.
Menos soberbia y más humildad, serían recomendables para cambiar el curso que sigue su Presidencia, y que Macuspana sea una anécdota y no la norma.
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