Autor: Salvador Camarena
El miércoles 6 de abril de 2011, un puñado de personas se reunía en el monumento de la Paloma de la Paz en Cuernavaca para dar inicio a una marcha que exigiría justicia y paz.
Aquella tarde no había mucha gente. Por ahí estaban, recuerdo a casi nueve años, los especialistas en corrupción y abusos del clero Fernando González y Alberto Athié. Pero el contingente comenzó a crecer y a aplaudir las improvisadas arengas que, encima de una vieja camioneta, profería Javier Sicilia, quien días atrás había sido tocado por la tragedia del asesinato de su hijo y otros jóvenes.
Quién pudo haber vaticinado esa tarde que esa manifestación que terminó frente a un deshabitado Palacio de Gobierno (es un decir) de Morelos iba a convertirse en el potente Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que con sus caravanas de miles de víctimas sacudió a todo México.
Sicilia pasó de poeta a líder social. En una entrevista con la revista Time, publicada en diciembre de aquel año, él mismo explicó así la repercusión de sus marchas: “Como cualquier movilización, teníamos que llegar a la clase media, y colocar las muertes y las desapariciones en la conciencia nacional –hacer visible el rostro de nuestro dolor nacional. Las estadísticas de la guerra contra el narco escondían esos rostros; los poderes intentaban decirnos que todos los que morían eran criminales, cucarachas. Teníamos que modificar esa forma de pensar y poner nombres a las víctimas para lograr un cambio. Y eso significaba a los muertos delincuentes, así como a los muertos inocentes, como Juan Francisco (su hijo). También tenemos que centrarnos en la pobreza y en la falta de oportunidades económicas que contribuyen a generar el crimen”.
Como una víctima más, pero con una capacidad comunicativa singular, Sicilia llegó a tocar y conmover a esa clase media, sobre todo a partir de una misiva que tituló “Estamos hasta la madre… (Carta abierta a los políticos y a los criminales)”.
Releer hoy ese texto publicado el 3 de abril de 2011 es comprobar que estamos igual o peor que entonces.
Entre otras cosas ahí Sicilia dijo: “Estamos hasta la madre de ustedes (…) porque en sus luchas de poder han desgarrado el tejido de la nación, porque en medio de esta guerra mal planteada, mal hecha, mal dirigida, de esta guerra que ha puesto al país en estado de emergencia, han sido incapaces –a causa de sus mezquindades, de sus pugnas, de su miserable grilla, de su lucha por el poder– de crear los consensos que la nación necesita para encontrar la unidad sin la cual este país no tendrá salida; estamos hasta la madre, porque la corrupción de las instituciones judiciales genera la complicidad con el crimen y la impunidad para cometerlo…”
Y sobre los criminales, al reclamarles haber perdido cualquier sentido del honor y humanidad, dijo: “Han perdido incluso la dignidad para matar. Se han vuelto cobardes como los miserables Sonderkommandos nazis que asesinaban sin ningún sentido de lo humano a niños, muchachos, muchachas, mujeres, hombres y ancianos, es decir, inocentes. Estamos hasta la madre porque su violencia se ha vuelto infrahumana, no animal –los animales no hacen lo que ustedes hacen–, sino subhumana, demoniaca, imbécil”.
La manera en que Sicilia capturaba –en sus discursos; o con lágrimas, abrazos y besos a otras víctimas– el hartazgo de una nación al final del sexenio de Felipe Calderón, cristalizó buena parte del sentimiento de un país exhausto con una guerra que hoy suma decenas de miles de víctimas más.
Pero Sicilia –con todo y sus defectos, como la alianza que hizo con el entonces rector de la Universidad Autónoma de Morelos, o sus salidas en falso al pretender también erigirse en perito que pasa sobre las autoridades para definir quién es víctima o quién es chivo expiatorio– sabía en 2011, como supongo que sabe hoy, que su frase de “estamos hasta la madre” de poco serviría si no iba, como dijo en la misiva ya citada, “acompañada de grandes movilizaciones” que forzaran a los políticos “en estos momentos de emergencia nacional, a unirse para crear una agenda que unifique a la nación y cree un estado de gobernabilidad real”.
¿Será la marcha que, encabezada por Sicilia, hoy comienza en Cuernavaca, el inicio de una nueva serie de “grandes movilizaciones”? Ni idea.
La emergencia nacional por el poderío del crimen, la debilidad de las instituciones de procuración de justicia, la disfuncionalidad de la cooperación de los actores intergubernamentales y el miedo de los ciudadanos son en 2020, quién lo duda, peor que en 2011.
A diferencia de entonces, quizá actualmente haya una nueva tragedia: el habernos acostumbrado a estar hasta la madre, pero sin capacidad de indignación para protestar en demanda del fin de la violencia.
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