Los datos son los datos: la estimación de decrecimiento para la economía mexicana ronda entre el 0 y el -8%; la pérdida de empleos va de 1.7 millones a 7 millones; la moneda se ha devaluado 25% en las últimas tres semanas; el precio del barril de petróleo se sigue desplomando; el índice del consumidor ha caído estrepitosamente y también la confianza entre los inversionistas a propósito del futuro.
Los sectores más afectados serán aquellos ligados a la movilidad: turismo, servicios, líneas aéreas, vehículos, transporte y manufactura de exportación.
A tal circunstancia se suma una reducción de las remesas que podría rebasar los 10 mil millones de dólares anuales, un tercio de lo que las familias más vulnerables reciben por esta vía.
Este es el diagnóstico compartido por la mayoría de los estudiosos de la actual crisis económica y, sin embargo, el día de ayer el presidente Andrés Manuel López Obrador no dedicó una sola línea para reconocerlo.
De acuerdo con su visión, atenderá la emergencia haciendo más de lo mismo: transferencias a las poblaciones más vulnerables (adultos mayores, jóvenes construyendo el futuro, niñas y niños con discapacidad, sembradores de vida, entre otros); obra pública (tren maya, tren México-Toluca, agua potable, drenaje, pavimentación); apoyo a Pemex (refinería de Dos Bocas y reducción impositiva); más vivienda a través de créditos del Fovissste y del Infonavit; o apoyos productivos a pescadores y trabajadores de la tierra.
Ninguna de estas medidas es de menospreciar: frente a la crisis actual, proteger la economía de los más vulnerables no solo es un imperativo moral, es también una medida económica inteligente.
El problema viene cuando ninguna de tales medidas atiende las razones de la incertidumbre económica generalizada.
El plan no prevé, por ejemplo, soluciones para la avalancha de desempleo, tampoco para la caída de las remesas y mucho menos para la quiebra en la que incurrirían un número importante de empresas micro, pequeñas y medianas, dedicadas a los sectores industrial y de servicios.
El anuncio del presidente se desentendió, entre otros temas, de la crisis que ya padecen el turismo y el transporte. Las líneas aéreas estiman una pérdida de más de mil millones de pesos, y la misma cifra calculan las armadoras de automóviles y aviones. Ni una palabra hubo para ellos.
Tampoco mencionó el presidente a las unidades económicas dedicadas a los restaurantes o la hotelería, ni se refirió a aquellas que dan servicio a la manufactura de exportación, que sufrirá el mayor descalabro.
Se entiende que el gobierno no quiera apoyar a las grandes empresas transnacionales mexicanas; primero, porque solo proveen del 20% del empleo en el país y, segundo, porque por su tamaño, si requiriesen endeudarse para salir adelante, ellas tienen acceso directo a los mercados financieros globales.
En cambio, el resto de las unidades económicas nacionales, que son las responsables del 80% del empleo —las micro, pequeñas y medianas empresas— no cuentan con oportunidades similares para sobrevivir.
Son estos negocios los que, en breve, expresarán dificultades para pagar renta, deudas y sueldos. Por eso merecerían atención máxima de parte del gobierno.
La ideología neoliberal, que abreva del darwinismo económico, propondría que sean las fuerzas salvajes del mercado las que resuelvan la suerte de estos negocios y, por tanto, de sus trabajadores. Al parecer estamos ante una mutación del neoliberalismo: ayer se dio la espalda a esos pisos de en medio de la planta productiva mexicana. Mientras la izquierda valora la intervención en la economía en época de crisis, la derecha prefiere lavarse las manos.
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