Autor: Héctor de Mauleón
Eran al menos cuatro individuos, con armas cortas. Entraron en un local de “maquinitas” de la colonia Magdalena, en Uruapan, Michoacán. Llegaron preguntando por El Ruso, por El Pelón “y por un hermano de éste”.
El local es propiedad de una expolicía estatal. El lugar es señalado por los vecinos como un punto de venta de “crystal”.
Los cuatro desconocidos localizaron al Ruso, y se lo llevaron.
En el lugar estaban jugando con los videojuegos tres adolescentes de 12, 13 y 14 años. Había también dos muchachos de 17 y 18.
Los agresores los tendieron boca abajo. Los despojaron de sus pertenencias y antes de irse hicieron 65 disparos. Fue un verdadero baño de sangre. Ninguno de los menores representaba una amenaza para los atacantes. Dispararon porque sí y dejaron en el suelo ocho muertos, cinco de los cuales eran menores (un adulto más murió en el hospital).
Según fuentes oficiales, los asesinos pertenecen al grupo de Los Viagras, una organización que se armó como “autodefensa” para luchar contra La Familia Michoacana, y terminó controlando buena parte de los negocios de este grupo criminal.
En la actualidad, Los Viagras se han aliado con sus antiguos enemigos, La Familia Michoacana, para combatir al Cártel Jalisco Nueva Generación, cuya presencia criminal domina la mayor parte de los municipios del estado.
La historia de la violencia en Michoacán en la última década es la historia de las alianzas y las rupturas entre estos tres grupos.
Las investigaciones ubican al Pelón y al Ruso como vendedores de “crystal” cercanos al “grupo de los Jaliscos”, y como ladrones de autos a mano armada en la zona de Uruapan, Nueva Italia y Parácuaro.
El lunes pasado, presumiblemente mientras recogían metanfetaminas, presuntos Viagras, de entre 20 y 25 años de edad, según los testigos, llegaron a buscarlos. Le entregaron al país su nueva dosis de horror: madres y hermanas hallaron a los adolescentes entre charcos de sangre indescriptibles. Así que sucedió otra vez: niños revolcándose en la sangre.
Un día antes de la masacre, el domingo pasado, trabajadores de una obra encontraron una fosa clandestina en la que había 11 bolsas negras con restos humanos en descomposición.
El mismo fin de semana, luego de un tiroteo y una persecución que se llevaron a cabo en pleno centro de Uruapan, las autoridades lograron detener a un operador de Los Viagras: Luis Felipe “N”, El Vocho o El V8.
La violencia no se apagó con la detención. Cómplices del V8 atravesaron dos vehículos en la Autopista Siglo 21, y les prendieron fuego. Lo mismo hicieron con dos vehículos que abandonaron en la carretera libre a Pátzcuaro.
El V8 acababa de cumplir apenas 19 años. Un mes antes de su captura grabó un video, en la misma calle en que lo detuvieron, advirtiendo a sus rivales: “ya andamos en las calles”.
Las alarmas suenan en Uruapan desde hace meses. En septiembre pasado hombres armados entraron por tres personas que bebían en un bar y las ultimaron con armas largas. Cuando la carga se les agotó, las remataron con pistolas 9 mm.
El 8 de agosto de 2019 pareció que la ciudad había tocado fondo: que había encontrado un horror mayor. Cinco personas, a las que habían sacado de una fiesta, aparecieron colgadas en un puente vehicular. En los alrededores los asesinos fueron dejando bolsas de plástico con personas desmembradas dentro. Ninguna de ellas tenía cabeza, ni pies, ni manos.
19 cadáveres en total y una manta que advertía: “Así van a quedar”, y estaba dirigida a los operadores de Los Viagras.
Han pasado seis meses. Y ahora fueron niños revolcados en sangre.
Las alarmas siguen sonando en un estado rebasado, perdido, dentro de un país igual de rebasado y perdido.
No parece haber otra estrategia, mientras tanto, que la de enviar “más Guardia Nacional”