Lo entendió primero Donald Trump que él. Ojalá en Washington le hubiera dicho al oído que después de 144 mil muertos en Estados Unidos, él había aprendido que el cubrebocas marca una diferencia en el número de contagios, en una reactivación económica segura y por último en el número de muertos, pero no fue así. Ni Trump se lo dijo ni a nuestro presidente lo han convencido que use cubrebocas.
¿Quién se lo tiene que decir? Ya sé, tal vez no está enterado de que ya se lo dijeron.
Una de sus más cercanas colaboradoras y amigas, Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México: “Nuestra labor es seguir insistiendo, de acuerdo con la información científica, nos parece que es fundamental como medida de prevención. La nueva normalidad nos indica que debemos tener un cubrebocas permanentemente mientras no tengamos una vacuna. No nos vamos a cansar de seguir difundiendo la importancia del uso del cubrebocas”.
El propio subsecretario Hugo López-Gatell: “utilizar el cubrebocas como un instrumento auxiliar de la prevención, particularmente en espacios cerrados, como un mecanismo para que la persona que tiene los virus no los proyecte”.
¿Alguna voz internacional, una experta? Lo que dice Maria Van Kerkhove, técnica principal de la Organización Mundial de la Salud, sobre Covid-19: “Estamos aconsejando a los gobiernos alentar que el público en general use una mascarilla. Y especificamos una mascarilla de tela, es decir, una mascarilla no médica. Tenemos evidencia ahora de que, si esto se hace apropiadamente, puede proporcionar una barrera para las gotitas potencialmente infecciosas”.
Por último, Arturo Herrera, el secretario de Hacienda –lo dijo antier–: “Éste (el cubrebocas) va a ser no solamente uno de los elementos más importantes para protegernos, sino que va a ser uno de los elementos que permitan relanzar con mayor éxito a la economía”.
Este recuento del uso del cubrebocas es a cuenta del ridículo que hizo ayer el Ejecutivo, cuando la periodista del diario Reforma Isabella González le preguntó sobre la declaración de Herrera y de la importancia del cubrebocas para el descongelamiento económico. Sus palabras, por donde se le califiquen, afectan en todos los aspectos sociales posibles, en el renglón de la salud, económico e incluso político, por la descalificación a gente de su propio gabinete: “No pues, creo que está muy desproporcionado, ¿no? Si fuese el cubrebocas una opción para la reactivación económica, me lo pongo de inmediato, pero no es así”, dijo López Obrador. No entender nada, así de simple. Rápido salió al quite el propio Herrera, sin atreverse a sostener que efectivamente el cubrebocas relanzará con éxito la economía, hizo malabares del lenguaje y terminó diciendo que se trataba de una “analogía” en el contexto de la plática con líderes de la Canacintra. Sinceramente perdió una oportunidad de oro, pudo haber dicho: “Presidente, sí, el cubrebocas no sólo ayuda en el renglón de la salud, sino también en el reinicio de actividades, todos deberíamos de usarlo al salir de casa”. Así de simple, pero no sucedió.
Una más de las declaraciones desafortunadas del Presidente en esta pandemia, se va al cuadro de honor de: “Se redujo el contagio, ya se volvió horizontal”, el 29 de abril; el “Ya pasó lo más difícil”, del 14 de junio, y “vamos enfrentando bien, de manera profesional, esta pandemia”, el 12 de julio pasado. El problema de sus tropiezos es lo que cuestan, la factura está por llegar.
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