Autor: Enrique Quintana
Estamos en un tiempo en el que es muy complicado mantener el equilibrio. A los hechos y estadísticas que se presentan se les puede encontrar el sesgo más negativo o aquel que permita decir a los partidarios de la 4T que las cosas van bien.
Pero, cuando uno intenta encontrar el equilibrio, se lleva los silbidos y las mentadas de todas las porras, de uno y otro lado. De los críticos a la 4T por, supuestamente, ser complaciente. Por no lanzar un tiroteo contra las políticas emprendidas por el gobierno y los resultados obtenidos. De los partidarios de la 4T por no defender los resultados y poner signos de interrogación en las políticas emprendidas.
Vaya. Pero cuando uno ha estado en esta condición desde el sexenio de Salinas, ya ni asusta ni sorprende. La ventaja de los años.
Lo anterior se percibe cuando uno interpreta el resultado de la producción petrolera al cierre del año pasado. Si usted quiere demostrar que el sexenio de López Obrador ha sido un fracaso, es muy sencillo, compare los promedios de 2018 y 2019. Hay una caída de 7 por ciento, una caída de 131 mil barriles diarios en promedio.
No importa que los primeros meses de 2019 –los peores– hayan reflejado el impacto de las políticas del sexenio anterior. Es lo de menos si quiere endosar el desastre a este sexenio. Pero si usted quiere demostrar que las cosas van muy bien, es muy sencillo también, simplemente compare el dato de enero con el de diciembre del año pasado y verá que hay un crecimiento de 5.6 por ciento.
A la cifra que usted va a creerle es a la que se ajuste más a sus preferencias políticas e inclinaciones ideológicas. En este universo polarizado en el que vivimos uno se queda sin que le hagan caso. O tiene que pegarle –y duro– a López Obrador o tiene que respaldarlo incondicionalmente.
El hecho es que, comparando los resultados petroleros de diciembre, llevábamos cayendo casi de manera continua desde 2013.
Hubo que invertirle mucho, pero se logró estabilizar la producción.
Pero, el problema es que la política del gobierno desincentivó los proyectos privados y no alcanzó la masa crítica para que las inversiones de Pemex generaran un rebote. Nos quedamos cortos en la producción y estamos en un serio riesgo de que en unos cuantos meses Moody’s degrade la calificación y quite el grado de inversión a la deuda de Pemex, lo que causaría un alza del tipo de cambio y de las tasas de interés.
El caso de Pemex quizás es el que mejor nos ilustra la inútil polarización de México. Si hubiéramos optado por construir una empresa estatal fuerte, el gobierno de Peña hubiera colocado parte del capital de Pemex en los mercados internacionales, creando condiciones legales para hacerlo.
No se quiso o no se pudo hacer.
En lugar de eso, se estableció una regulación para debilitar deliberadamente a la empresa y permitir que surgiera competencia. Ni es un desastre fortalecer a la empresa estatal, si se le regula, ni tampoco crearle competencia.
Lo que nos va a llevar al atolladero es que ni se le regule, ni se le den los suficientes recursos, ni se le permita funcionar como empresa. O sea, nada de nada. Esa política puede hundir a Pemex, hundir a su competencia, hundir al sector de hidrocarburos y hundir a México.
De ese tamaño es el dilema que tendrá que resolverse en las siguientes semanas.
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