Acabamos de vivir una movilización masiva de mujeres con un coctel de sentimientos a flor de piel. Coraje, valentía, frustración, impotencia por la cruel impunidad, y una profunda indignación. La magnitud de la protesta ya era inevitable. Años fingiendo indiferencia o postergando el grito, tenían que explotar. Más de 300 mil mujeres en la Ciudad de México, más cada una que marchó de las cientos de miles que lo hicieron a lo largo y ancho del país.
Hay quienes desvalorizan la movilización señalando los incidentes aislados. Pero no, esto ya no tiene vuelta atrás. Madres que no encuentran a sus hijas, hermanas que vieron morir a sus hermanas, hijas cuya madre nunca regresó. Mujeres que caminamos por las calles mirando con miedo continuamente hacia atrás. ¡Ya basta!
La principal responsabilidad del Estado, entendido como gobierno, población y territorio, es la seguridad. Urge diseñar políticas públicas transversales, claras, específicas y medibles para eliminar todo tipo de violencia contra las mujeres y detener los feminicidios.
Por supuesto que es posible. La reconocida politóloga inglesa, Joni Lovenduski, cuenta cómo en los años 60 las mujeres británicas se organizaron en una campaña por la igualdad de derechos, poniendo el acento en la equivalencia de remuneraciones y el derecho a definir su propia sexualidad. La ley de igualdad de 1970 fue un gran logro que permitió a las redes feministas una mejor integración.
Islandia, reconocido hoy como el país con la menor brecha de género en el mundo, se convirtió en una nación feminista a partir de la gran marcha del 24 de octubre de 1975, cuando las mujeres paralizaron toda actividad y tomaron las calles para exigir sus derechos. Sólo había tres mujeres en el parlamento, el cinco por ciento de todos los legisladores. Tan rápido como cinco años después, elegían democráticamente a la primera presidenta en toda Europa.
Finlandia tiene una cultura amplia de la equidad de género. En 2017, todos los estudiantes de noveno grado recibieron gratuitamente el libro “Todos deberíamos ser feministas”. Desde diciembre pasado, la primera ministra de ese país es Sanna Mirella Marin, la jefa de gobierno más joven del mundo, socialdemócrata de 34 años, que ha sido miembro del parlamento y ministra de transporte y comunicaciones.
En México, llegó la hora de hacernos escuchar. Si ponemos en marcha dispositivos sociales y culturales enfocados en prevenir, seguramente no necesitaremos estar legislando para penalizar el feminicidio o imponiendo cuotas de género por obligación. El Derecho visto como ciencia y la legislación deben ser menos reactivas y más proactivas.
Nos quitaron todo, hasta el miedo. La marcha y el paro tienen que ser, necesariamente, el inicio de un cambio radical.
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