Arrancaba el mes de marzo, hace ya 134 días. En China se vivía el punto álgido de la crisis de la pandemia. El número de contagiados era de casi de 80 mil y el confinamiento era ya el mayor de la historia de la humanidad.
Se pensaba que se trataba de un fenómeno que, aunque no se pudiera limitar geográficamente en virtud de los sistemas de transporte que tenemos, no llegaría a tener en otros puntos del globo la gravedad que tuvo en China. Era una creencia que no sólo prevalecía entre las autoridades mexicanas sino que era compartida por muchos gobiernos.
En esa fecha el número de casos en Estados Unidos era sólo de 30, en Brasil había sólo dos casos confirmados y en México sólo cinco. Se veía con espanto que Italia había acumulado casi 90 mil, pero no se pensaba que en nuestros países pudiera pasar algo semejante.
Hoy, el número de casos acumulados en China es de 85 mil mientras que en Estados Unidos llegó a 3.36 millones, en Brasil a casi 1.9 millones y en México a 304 mil. Todas, cifras oficiales.
Si se observa la evolución mundial de esta enfermedad, claramente aparecen tres ciclos perfectamente diferenciados.
El primero corresponde a China y a sus vecinos de Asia.
Casi todos ellos instrumentaron una política de severo confinamiento que permitió interrumpir de manera drástica la cadena de contagios al comenzar marzo.
El segundo ciclo corresponde al mundo desarrollado. En particular en Europa se desató la crisis durante los meses de marzo y abril. Italia y España fueron los países que tuvieron los casos más graves pero en general casi todo el mundo desarrollado experimentó un ascenso vertiginoso de los contagios y los fallecimientos.
En mayo claramente empezó un marcado descenso en la mayoría de los países de Europa en cuanto a la aparición de casos nuevos diarios. Aunque el confinamiento fue menos estricto que en Asia, tampoco fue voluntario e implicó sanciones para quien lo ignoraba. El resultado fue el control de la enfermedad.
En el mundo en desarrollo, notoriamente en los países de América Latina, así como algunos países asiáticos como la India o en Rusia, el ascenso de los contagios tomó velocidad durante mayo y continuó durante junio.
Entre los cinco países con mayor número de contagios, hay cuatro del mundo en desarrollo, si se asume que Rusia forma parte de él.
Un caso especial es el de Estados Unidos. A diferencia de lo que ocurrió en la mayor parte de los países desarrollados, en la Unión Americana no se logró abatir el ritmo de la pandemia, y todavía en este momento no se ve una perspectiva clara de su reducción.
Su ciclo de la enfermedad ha sido de los más largos y ahora coincide con el del mundo en desarrollo.
Todo indica que los problemas principales para controlar la pandemia radican en esquemas de confinamiento más laxos que impiden interrumpir la cadena de contagios o en señales confusas de los gobiernos.
En el mundo en desarrollo, incluyendo desde luego México, un problema central estriba en el tamaño tan grande de la economía informal que impidió la permanencia estricta en casa de una gran cantidad de personas. No es causal que tres de los países con mayor contagios sean de América Latina.
No hay duda de que se han cometido muchos errores en la gestión de la pandemia en México. Pero nos equivocaríamos si pensáramos que somos especiales también en eso.
Lamentablemente nos parecemos a chilenos o peruanos y desde luego a nuestros vecinos del norte.
El problema central del mundo hoy está en EU. Si en México la pandemia dura más tiempo será nuestro problema. Si en EU dura muchos meses aún será un problema para el mundo entero.