El presidente Andrés Manuel López Obrador le debe más a los medios críticos que, por supuesto, estos a él.
El mandatario dijo el 2 de julio en su mañanera que está “buscando la manera de que (los periodistas) cooperen porque el atacarme es para ellos una empresa lucrativa (…) de los que les pagan, porque es prensa vendida o alquilada, que ayuden en algo, si son, ya no 1 millón pero 500 mil, que aporten 50 mil para una causa justa y ya con eso mantienen su permiso o su licencia para seguirme atacando”.
Saquemos cuentas a ver quién le debe a quién.
Que López Obrador sea presidente es debido a su tesón, es cierto, pero en igual medida es atribuible a las circunstancias. Y éstas han sido moldeadas por las aspiraciones democráticas de los mexicanos de varias generaciones. Una de las formas en que la ciudadanía construyó esa realidad, en la que en 2018 cuajaron las ambiciones de AMLO, fue a través de reportes y debates aireados en la prensa.
Dicho de otra manera, López Obrador tuvo en el periodismo, durante tres décadas, a un aliado, si se quiere circunstancial, pero sin el cual su llegada a Palacio sería impensable.
AMLO sabe esto. Si elige la distorsión es porque necesita inventarse enemigos no sólo para justificar sus limitaciones de cara a las elecciones de 2021, sino para adornar su pretexto de que otra vez poderosos intereses le quieren cerrar el paso.
La prensa no es enemiga del Presidente. Ni él enfrenta, a pesar de sus reiteradas quejas matutinas, más críticas que ningún otro Ejecutivo.
Para no ir más lejos, al no existir hoy una oposición digna de tal nombre, al no tener él mismo que padecer como sus antecesores a un AMLO que lo traiga cortito, López Obrador es menos “atacado” en los medios que Peña, Calderón o Fox en su momento.
Más allá de su figura, porque aunque López Obrador no lo quiera reconocer hay México más allá de él, en la prensa muchos llevan décadas promoviendo un modelo de sociedad plural, diversa e incluyente. Los periodistas no siempre han logrado el mejor equilibrio en esa misión, pero muchos de distintas épocas lo han intentado con resultados bastante dignos.
Sin ir más lejos, en buena parte de esa prensa que él hoy ataca se denunciaron las insuficiencias gubernamentales frente a la tragedia del terremoto de 1985, las graves irregularidades de los comicios de 1988, la necesidad de contar con organismos electorales y de defensa de derechos humanos, las pifias en la procuración de justicia frente a los magnicidios de 1994, las irresponsabilidades en la crisis del 95 y los abusos del Fobaproa, las frivolidades y corruptelas del foxismo, incluido el abusivo desafuero al jefe de gobierno del entonces DF, las barrabasadas de la lucha anticrimen de Calderón y el inigualable apetito de corrupción vivido en el peñismo.
La labor de los periodistas en todos esos sexenios estuvo guiada por una sociedad que demandaba el fin del despilfarro y el respeto, sin simulaciones, a la ley. En ese sentido, a los periodistas en efecto nos mandan, y a final de cuentas nos pagan, los ciudadanos. No los poderosos en turno. Aunque haya quien agarró dinero de estos, que no se tilde a todos por algunos.
López Obrador tiene el mérito de haber leído bien, en la plaza pero también en la prensa, esa exigencia ciudadana por un renovación en la vida pública.
Porque es cierto lo que se decía en los tiempos de Enrique de Atlacomulco: con nuestras coberturas sobre el saqueo de esa camarilla, los periodistas le pavimentábamos el camino a Andrés Manuel.
Pero no fue ni personal ni intencional. La prensa denuncia y critica al poder, y los opositores se aprovechan de ello para ofrecerse como gente honesta, incorruptible y capaz. Cuando se vive en democracia, este ciclo se repetirá sin cesar. Le guste o no a López Obrador.
Así que la prensa hizo su chamba durante los 30 años en que Andrés Manuel pasó de disciplinado priista a Presidente llamado a cambiar a México.
Sólo una prensa poco profesional podría esperar que López Obrador le esté agradecida por lo anterior. Allá ellos. Pero dado que él sacó el tema, y sólo para no dejar pasar sin acotaciones lo que ya parece una tendencia a la mitomanía, hay que aclararlo: la prensa se debe a la sociedad, en México ésta lleva rato demandando rendición de cuentas, tal exigencia es un imperativo de los periodistas, si estos han de servir a su público, y estamos más que pagados cuando nos lee la gente de a pie, esa misma que seguro nos pedirá que informemos puntualmente sobre ese Presidente que se decía demócrata mientras hablaba de imponer cuotas al derecho a la información.