Esta semana, el Banco Mundial nos lanzó un nuevo balde de agua helada: el PIB por habitante en el mundo tendrá la peor caída desde 1870.
No es broma. El documento “Global Economic Prospects” analiza 14 recesiones globales que el mundo experimentó desde 1870 y encuentra que con el retroceso de 5.2 por ciento en la economía mundial previsto para este año, la caída del PIB per cápita que se dará no tiene precedentes en 150 años, por lo profundo y por lo generalizado.
Es decir, lo que vivimos es algo que no se veía en tres o cuatro generaciones.
Entre las últimas recesiones globales, el peor retroceso del PIB por habitante había sido en 2009, cuando cayó en 2.9 por ciento. En este año, la caída será de 6.2 por ciento, de acuerdo con las previsiones de la institución referida.
América Latina será la región del mundo a la que peor le va a ir, pues el retroceso de esa importante variable será de 8.5 por ciento.
En México, considerando un ritmo de crecimiento de la población de 1.3 por ciento al año y un decrecimiento del PIB de 7.5 por ciento, como lo estima el Banco Mundial, para este año tendríamos en el país un retroceso del PIB per cápita de 8.7 por ciento, que será igualmente el más severo, por lo menos desde 1932.
Las estimaciones del Banco Mundial para este año no están distantes de las que han realizado la mayoría de los expertos en México. La encuesta quincenal que efectúa Citibanamex, y que fue presentada el viernes pasado, estimó en promedio un retroceso de 7.8 por ciento en este año.
Lo que más preocupa es lo que se ve para el 2021. Sería muy diferente una caída temporal que fuera seguida de un repunte en la misma magnitud. Pero, el escenario del Banco Mundial indica una recuperación de solo 3 por ciento para el próximo año.
Esto quiere decir que el PIB de 2021 sería aún inferior en 5 por ciento al de 2018 y que el PIB per cápita estaría por debajo en 8.6 por ciento.
Pongámonos optimistas y consideremos que en la segunda parte de este sexenio se logra sostener un ritmo de crecimiento de 3 por ciento al año. En ese caso, la economía entraría al complejo año de 2024 con un PIB apenas superior a 0.8 por ciento respecto al de 2018, cuando comenzó este sexenio, y con un PIB por habitante 5.5 por ciento inferior al del último año del gobierno de Peña. Y ese es el escenario optimista.
El único precedente reciente es el periodo 1982-1988, en el que la economía virtualmente se estancó.
El análisis presentado por el Banco Mundial señala que más allá de los problemas coyunturales, uno de los posibles daños duraderos de esta crisis es una reducción de la capacidad de crecimiento de la economía.
Por un lado, que pueda darse por un periodo prolongado una actitud muy cauta de los consumidores, que reduzcan su gasto ante una etapa prolongada de incertidumbre. Pero, quizás lo más grave es que una reducción fuerte de la inversión, como todo indica que ocurrirá, puede dañar la capacidad de crecimiento de largo plazo.
Si las economías reducen su formación de capital físico y humano, verán impactos que no van a durar meses sino que es probable que se alarguen por varios años.
Es factible limitar estos efectos negativos si el Estado logra construir confianza.
Los consumidores podrían gastar más y tomar créditos si no perciben un riesgo tan elevado para su empleo o negocio. Eso puede conducir a un mayor consumo que active las economías.
Y los empresarios pueden tomar la decisión de invertir más recursos si perciben que hay una buena gestión de la crisis y que se están haciendo las cosas correctas para reactivar la economía.
Todo es cuestión de que el gobierno tome las decisiones correctas. ¿Se podrá?