Adrián estuvo en la cárcel por una pelea callejera, hoy puede compartir su experiencia y dar un mensaje sobre su reinserción.
Adrián Guerrero tiene 43 años y es originario de la CDMX, estuvo privado de la libertad cumpliendo una condena en el Reclusorio Oriente. Hoy, fuera de prisión, comparte su experiencia sobre la situación que lo mantuvo preso y las circunstancias que enfrentó para lograr su reinserción.
Como muchos mexicanos de clase baja, Adrián vivió una infancia con carencias que lo llevaron a trabajar desde los seis años junto a su padre, quien era albañil. De hecho, mostró habilidad para el oficio, mientras continuaba con sus estudios en la primaria y después en secundaria. Relata que desafortunadamente comenzó a beber alcohol a los 12 años. Este hábito lo llevó pronto a probar otro tipo de drogas.
“A través de mis errores tuve la desgracia de ir al reclusorio por estarme peleando. No fue por estarme peleando nada más así, sino que tuve que defender a mi mamá y a mi papá de las cosas. Tuve que pegarle a un señor y casi lo mataba, entonces tuve que ir a chingarle un rato al reclusorio”.
Su condena fue de 32 años, pero logró que se rebajara a 15, los que pasó con muchas dificultades, “cuando abren la puerta no pues es el infierno”.
Cuenta cómo fue su ingreso al reclusorio en medio de exhaustivas revisiones, agresiones y robo por parte del personal. Tras pasar “el cinturón” llegó al ingreso, una parada para clasificar a los nuevos internos por celda. Una vez asignada la celda, Adrián dice que los compañeros le preguntaron sobre el motivo de su llegada y a “terapearlo”.
“Me aventé un tiro, me pelié y por lesiones vengo. Pero no les decía la realidad de las cosas, no sabía cómo se manejaba la onda”.
Comenta que una práctica muy normal es el consumo de drogas dentro de las instalaciones. “Empiezas a entrar a otro mundo y empiezas a adaptarte a las cosas”. En su convivencia, afirma que conoció gente mala, pero también personas generosas.
Al respecto, expresó su sorpresa de conocer casos de hombres que por robo de objetos menores estaban en las estancias, como también se les dice a las celdas. Las cuales albergan hasta a 40 personas.
“Escuché de una persona, – ¿No pues qué hiciste tu carnal? -Pues me robé unas BonIce. – ¿No manches por unas congeladas BonIce te metieron a la cárcel? – Sí, carnal. Imagínate cómo es la justicia.”
La famosa “mamá”, dice Adrián, es la persona que tiene mayor antigüedad en la celda y por lo tanto mayor jerarquía, es quien toma las decisiones.
“Yo no juzgo el sistema penitenciario de que permita las drogas, pero yo les voy a hacer una pregunta, ¿cómo vas a calmar a quince mil locos? ¿Cómo los vas a mantener tranquilos? Pues los va a tener que drogar, por eso permiten las drogas, tienen que adormecer a la bestia, porque si la bestia despierta, cuidado les hacen un caos, ha habido motines”.
Adrián dice con firmeza: “aquí el paro te lo haces tú mismo; sino rifas, bailaste”. Él mismo llegó a un punto de descontrol que tuvo que ser castigado en una estancia especial, el módulo 10 de aislamiento.
La situación obligó a Adrián a replantearse el propósito de su vida, lo que quería hacer y ser. Durante su reclusión tomó la decisión de dejar el consumo de drogas y “vicios” para lograr cambiar.
“Ahí es como uno se la quiera llevar, ahí está la droga, está el alcohol, está el desmadre, ya es cuestión de uno, si uno quiere seguir en el cotorreo”.
Respecto a su condena, dice que apeló porque además del delito de intento de homicidio se le achacó el de robo de vehículo, lo cual no había ocurrido. Al revisarse su caso, se confirmó que el denunciante había mentido y recibió una pena de 14 años que tuvo que cumplir en el mismo Reclusorio.
También comparte cómo fue su último día en la prisión: “se me hizo eterno”.
“Pero ya cuando llegaron con mi papeleta me dijeron – A ver, Guerrero Velázquez, Adrián, te vas libre. No manches no me lo creía. […] Yo anhelaba salirme porque, aunque yo me había acostumbrado nunca me gustó estar allá adentro, fue un alivio”.
Adrián comenta que gracias su trabajo como bolero dentro del reclusorio pudo juntar dinero que le ayudó al salir, pues logró rentar un departamento y comprar mercancía para vender.
“Llevo cuatro años en la calle donde puedo decirte que si se puede hacer cosas diferentes. Pude recuperar a mi hija, que es el amor de mi vida. Tengo que echarle ganas para que a ella no le falte nada”.
Adrián dice que el reto fue readaptarse a la gente, no a las calles. Cuenta que en una ocasión se tuvo que enfrentar con la autoridad para defender su nuevo oficio. Un policía lo vio vendiendo y le pidió irse, de lo contrario lo llevarían al Ministerio Público. Sin embargo, él se negó y le espetó “vengo saliendo del reclusorio, ¿entonces cómo quiere que me readapte hijo de su puta madre? ¿Quieres que me ponga a robar?”
“El primer día que salí, haz de cuenta que salí a las 4 de la mañana, a las 11 de la mañana, 12-1, yo ya estaba trabajando”.
Para conocer más de su historia, te dejamos la entrevista completa que realizó Linaje Ancestral:
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