“El Pajarraco” confesó ante la CNDH que ninguno de los estudiantes de Ayotzinapa había sobrevivido aquel septiembre de 2014.
Relato sin valor judicial
El 28 de agosto de 2018 en Piedras Negras, Coahuila, la Procuraduría General de la República detuvo a Juan Miguel Pantoja Miranda, alias “El Pajarraco”, uno de los presuntos involucrados en la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa la madrugada del 27 de septiembre de 2014.
De acuerdo a una entrevista realizada a este personaje por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), este dio detalles de lo sucedido y aseguró querer comunicar a los padres de los 43 que ya no los buscaran “porque todos murieron al ser incinerados en el basurero de Cocula”.
Este relato, que no tuvo valor legal al ordenar un juez su liberación, fue grabado dos días después de su detención a petición del mismo Pantoja Miranda, como un acto para descargar su conciencia. El Pajarraco contó que desde lo ocurrido no podía dormir bien, tenía pesadillas y se sentía mal.
Dicho personaje ha sido identificado como uno de los integrantes de Guerreros Unidos, grupo criminal admitió haber secuestrado, trasladado, asesinado, incinerado y desaparecido a los 43 estudiantes.
Liberado por fallas en el proceso
Dos semanas después de haber sido arrestado, un juez lo liberó por falta de pruebas así como porque a todos los involucrados se les había presentado ante la autoridad de manera forzada, por lo tanto las detenciones fueron ilegales, además de acreditarse actos de tortura y maltrato.
Por lo tanto, lo que dijeron Jonathan Osorio, “El Jona”, Agustín García Reyes, “El Chereje” y Patricio Reyes Landa, “El Pato”, entre otros, habían dicho de “El Pajarraco”, se desestimó por orden judicial y él ya no pudo ser interrogado ni investigado.
Testigo directo
En una copia de la entrevista a la que tuvo acceso Milenio, se constata que su participación se dio a partir de lo ocurrido en Metalpa, Guerrero. En el documento se lee que él iba de camino a una fiesta con motivo de las celebraciones patrias cuando recibió indicación de los Guerreros Unidos para irse inmediatamente a Cocula, y aunque él intentó evadir la obligación, la orden fue contundente “vente a la cuna, si no vienes, vamos por ti y ya sabes lo que te puede pasar”.
A las 22:10 llegó a Cocula donde seis miembros de GU ya lo esperaban a bordo de una camioneta Nissan Estaquitas blanca para dirigirse rumbo a Iguala, sin embargo, a la altura de Metlapa se cruzaron con la camioneta blanca de tres toneladas en la que llevaban a los estudiantes, la cual iba escoltada por dos camionetas de la policía.
Fue cuando él y sus compañeros tuvieron que subirse al camión para vigilar que ninguno de los secuestrados escapara. Relató que por las condiciones en las que los transportaban, los estudiantes se quejaban porque no podían respirar, si alguno se trataba de levantar le disparaban. Durante el recorrido al basurero de Cocula, pudo escuchar al menos ocho disparos.
Antes de llegar, uno de los criminales marcó con una ‘x’ a uno de los normalistas a petición de “el jefe”.
Ya en el destino, 15 hombres con armas largas “se hicieron cargo de los estudiantes” por orden de un integrante de GU a través de un radio transmisor. Fue aproximadamente entre las 2:15 y las 2:20 horas que los sujetos descargaron sus armas contra los 43, sin embargo, El Pajarraco no pudo determinar de qué calibre ni de qué tipo eran las armas.
Los incineraron
Se cortaron troncos mientras los cuerpos eran arrojados desde la parte alta del basurero. Contó que uno aún permanecía con vida así que fue rematado de un golpe en la cabeza por otro de los criminales. Algunos cadáveres no llegaban hasta el fondo por lo que los sicarios debían empujarlos con los pies desde arriba. Además de la madera, agruparon llantas, las suficientes como para llenar un camión de volteo.
“El encargado de “cocinar a los estudiantes” le indicó a otros dos que se juntaran rocas grandes y las colocaran separadas entre sí, formando una base, que quedó de 6 metros de ancho por aproximadamente 8 metros de largo, con una altura del piso a la parte superior de la roca de 80 centímetros. Contó que sobre las rocas colocaron las llantas, formando una “cama” o “plancha” y se les roció diésel.”
En una cama de ramas y troncos comenzaron a acomodar a los cuerpos, los más robustos primero. A ellos les metieron un embudo en la boca para poder “rellenarlos” de diésel, después los rociaron con el mismo combustible. Posteriormente hicieron otra cama de madera y más estudiantes, así hasta cubrir la cima con madera y gasolina.
Fue aproximadamente una hora después, a las 3:20, que prendieron fuego a los cuerpos. Las llamas duraron hasta las 10:00 y con menor intensidad a las 15:00 horas. Tres horas más tarde, se fueron del lugar. El 28 regresaron para recolectar con palas las cenizas, sin embargo, a causa de las lluvias fue básicamente lodo que depositaron en bolsas de plástico de 50 kg cada una. Al terminar, las subieron a la camioneta Nissan.
Se dirigieron a la colonia Vicente y luego al puente del Río San Juan, donde estacionaron de reversa la camioneta y lanzaron las ocho bolsas al río, pensando que serían arrastradas por la corriente.
Dispuesto a ser juzgado
Ante relatores de la CNDH, “El Pajarraco” mostro su total disposición a declarar siempre y cuando se le garantizara a su familia protección.
Ante un álbum de fotografías en el que aparecen los rostros de los normalistas, servidores públicos y personas implicadas en los hechos, el Pajarraco identifico plenamente a cada uno de los involucrados, incluso firmó de puño y letra en cada imagen lo que sabía de ellos. Gracias a esta identificación, Erick Uriel Sandoval Rodríguez fue liberado al demostrarse que había sido confundido.
El Pajarraco también identificó a un miembro de Guerreros Unidos, del que dijo que se dedicaba a vender droga y escribió que “fue quien dio la orden de que desapareciéramos a los estudiantes”. Reconoció a otros miembros como a Patricio Reyes Landa, reaprehendido y puesto en libertad la semana pasada por portación de arma de fuego.
“A este lo conozco como El Pato, sicario de Guerreros Unidos, se que se llama Patricio. Ese día también se subió a la camioneta del traslado de los estudiantes de Metlpa al basurero de Cocula y también disparó para que no se movieran o se quisieran salir los estudiantes. También se quedó con el grupo que disparaban a los estudiantes y se bajó con otro a armar la plancha para incinerar a los estudiantes. Declararé con más detalle lo que hizo el 26 y 27 de (septiembre) 2014 con los estudiantes de Ayotzinapa”.
Durante el reconocimiento, identificó varios sicarios de Guerreros Unidos. A uno lo ubicó como El Wereke, de quien mencionó tenía ese apodo por güero, que siempre le decían así, que era sicario del grupo y siempre andaba armado. Que tenía tatuajes de rana en la espalda y unas flamas en el brazo. Se refería al verdadero Rana, es decir, a Edgar Damián Sandoval Albarrán, quien sigue prófugo en Estados Unidos, a pesar de que la CNDH dio a la PGR detalles de su paradero.
También reconoció al presidente municipal de Iguala y su esposa, así como miembros de la comandancia y ayuntamiento.
Archivo abierto vía transparencia
Todo este testimonio quedó archivado en el expediente de la investigación de la oficina para el caso Iguala del a CNDH. En la recomendación presentada, se hace referencia a este hombre como uno de los principales participantes de los hechos. Si ahora se conoce su testimonio es gracias a solicitudes de transparencia.
Él mismo describió que su arresto fue de lo más respetuoso con sus derechos, aseguró que en ningún momento fue herido ni agredido verbalmente, incluso le dieron de comer pizzas que los aprehensores le compraron. También comentó que fue valorado por médicos en al menos tres ocasiones.
Se ocultó en Piedras Negras desde lo sucedido en Iguala, ahí tenía un trabajo mediante el cual podía enviar dinero para manutención de su hija. Pudieron dar con él debido a que su madre compartía fotografías en Facebook.
Fue por “el vicio” que empezó a juntarse con integrantes de la organización, a quienes conocía desde la secundaria. Contó que en una ocasión, cuando estaban “pisteando”, uno de ellos lo invitó a trabajar en Guerreros Unidos cuidando dos poblados y avisando por teléfono si llegaba gente extraña o autoridades, para eso su amigo le dio un celular. Le pagaban 10 mil pesos mensuales, pero comentó que sólo recibió dinero los dos primeros meses, después le pagaban dos o tres mil pesos mensuales. De acuerdo a su testimonio, los cuatro principios fundamentales eran: “no violar, no robar, no extorsionar y no secuestrar”, y si alguno incurría en esas faltas “le dan piso”.
Con información de Milenio.