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Por Demetrio Sodi
Se equivoca la presidenta Claudia Sheinbaum. No son la derecha ni los “carroñeros” comunicadores —como ella los califica— quienes estamos indignados por el asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan. Todos los mexicanos estamos hartos de la violencia y de la cerrazón que mostraron ella y su gobierno ante las reiteradas solicitudes de apoyo que les hizo el hoy fallecido presidente municipal.
El asesinato de Carlos Manzo es responsabilidad del gobierno que, por quedar bien con el presidente Trump, se ha dedicado únicamente a combatir el narcotráfico, el fentanilo y los laboratorios, ignorando lo que sucede en varias regiones del país, especialmente en Michoacán, donde los productores de limón y aguacate padecen el cobro de piso.
Qué bueno que ahora la presidenta se decida a tomar el “toro por los cuernos” con el Plan Michoacán por la Paz y la Justicia; desgraciadamente, lo hace después de la muerte de Bernardo Bravo, presidente de la Asociación de Citricultores del Valle de Apatzingán, y de Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan.
Hay muchas otras regiones del país donde la delincuencia organizada actúa igual que en Michoacán, extorsionando a productores y comerciantes que también exigen un “Plan por la Paz y la Justicia” similar. Ojalá no sea solo una acción política y que realmente se modifique la estrategia de seguridad, no solo para responder al presidente Trump, sino para atender las demandas de paz de la mayoría de los mexicanos.
Claudia Sheinbaum podría ser una gran presidenta si lograra deslindarse de López Obrador. No se trata de que lo ataque o descalifique, sino de que construya un discurso y una estrategia de gobierno propios. Ese hábito de descalificar a quien cuestiona al gobierno es el mismo que usaba López Obrador para ocultar los problemas de su administración, y que ahora repite la presidenta, quien aún no logra forjar una personalidad propia y sigue siendo una copia —desafortunada— de su antecesor.
Esa actitud genera desconfianza en su capacidad y alimenta la percepción de que López Obrador sigue influyendo en las decisiones del gobierno. No creo que la presidenta reciba órdenes directas de él, pero sí estoy convencido de que su influencia persiste. Hasta ahora, Claudia Sheinbaum ha demostrado ser más lopezobradorista que el propio López Obrador, y su gobierno y su discurso no son más que una continuación del sexenio anterior.
El país y su gobierno no van bien. En materia de seguridad, los resultados son deficientes frente a la magnitud del problema: 55 muertes diarias son demasiadas como para hablar de éxito. México es uno de los países más violentos del mundo, y no parece que la estrategia actual vaya a resolverlo.
La economía está estancada y, si no crece ni genera empleos, es probable que la pobreza aumente en lugar de reducirse. Los empresarios mexicanos desconfían de las reformas constitucionales impulsadas recientemente, lo que ha provocado que la inversión física lleve más de diez meses en descenso.
López Obrador se dedicó a dividir a los mexicanos y a descalificar a cualquiera que lo cuestionara. En este primer año de gobierno, Claudia Sheinbaum ha seguido la misma ruta.
La muerte de Carlos Manzo y la violencia generalizada que azota al país obligan a un llamado a la unidad nacional, un llamado que solo puede venir de la presidenta.
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