El trasfondo político en México siempre ha estado marcado por una lucha constante contra el nepotismo y el amiguismo, dos males arraigados en la cultura política del país. A lo largo de los años, diferentes partidos han prometido erradicar estas prácticas, pero parece que la sombra del favoritismo persiste, incluso en la llamada “cuarta transformación”.
El fenómeno se hace evidente en el seno de Morena, un partido que surgió como una alternativa frente a las prácticas corruptas y clientelistas de antaño. Sin embargo, muchos militantes que abandonaron las filas del PRI para unirse a esta nueva propuesta lo hicieron precisamente por el cansancio ante el predominio del nepotismo y el amiguismo en las decisiones políticas.
Hoy en día, en Morena, nos encontramos con una situación alarmantemente similar. Las listas de aspirantes al Congreso de la Unión están plagadas de nombres que sugieren más un favoritismo basado en relaciones personales que en méritos profesionales. Los hijos de altos funcionarios y los amigos cercanos del presidente ocupan posiciones destacadas, mientras que la meritocracia parece relegada a un segundo plano.
Un ejemplo claro es el caso de Ignacio Mier Bañuelos, hijo del coordinador de los diputados de Morena en San Lázaro, quien figura en las listas para una diputación federal en Puebla. Pero las ambiciones familiares no se detienen ahí; el otro hijo de Mier Velasco, Danielito, también busca una posición en el Congreso Local poblano.
Este patrón se repite con otros nombres destacados en las listas. Mario Carrillo, primo hermano de Mario Delgado Carrillo, y Jesús Montaño, primo hermano del gobernador de Sonora y presidente del Consejo Nacional de Morena, también se perfilan para la Cámara de Diputados.
Sin embargo, las críticas no se limitan al ámbito familiar. La inclusión de figuras polémicas como César Cravioto, quien pasa del Senado a la Cámara de Diputados, y Tony Gali López, hijo del ex gobernador panista de Puebla, genera dudas sobre los verdaderos criterios detrás de estas decisiones.
Las contradicciones no pasan desapercibidas. Mientras algunos miembros de Morena critican a la oposición por presentar candidatos “impresentables”, como Marko Cortés, Alejandro Moreno y Ricardo Anaya, se hace evidente la presencia de figuras controvertidas en las propias filas del partido. ¿Cómo explicar la inclusión de Félix Salgado Macedonio, señalado por acusaciones de violación, en las listas de Morena?
La incoherencia se profundiza con la presunta incorporación de priistas como Alfredo del Mazo Maza, ahora como candidato a senador por Morena. ¿Dónde queda la supuesta ruptura con las prácticas del viejo régimen?
La realidad es que Morena, lejos de representar un cambio radical en la política mexicana, parece sumergirse en las mismas prácticas que tanto criticaba. El nepotismo y el amiguismo continúan marcando la pauta en la toma de decisiones, mientras que la meritocracia y la transparencia quedan relegadas a un segundo plano.
Ante esta situación, es legítimo preguntarse si realmente estamos presenciando una transformación política o simplemente una repetición de viejas prácticas bajo una nueva bandera. La esperanza de un cambio verdadero parece desvanecerse en medio de las sombras del favoritismo y la opacidad. En última instancia, la ciudadanía será quien juzgue en las urnas si Morena está a la altura de las expectativas que generó.
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