En su columna titulada “El festín de la violencia, la crisis de las cifras y los porqués,” publicada en El Heraldo de México, Luis Ignacio Sáinz aborda con contundencia la inquietante realidad de la violencia en México y la desensibilización que parece haberse apoderado de la sociedad frente a este fenómeno.
Sáinz observa que, a pesar de que la muerte es un acontecimiento universal, en el contexto mexicano ha surgido una delectación por la violencia. La normalización de esta violencia y el triunfo de las estadísticas sobre el drama humano de asesinatos, torturas y desapariciones son elementos preocupantes que señala con agudeza.
En el análisis, se destaca cómo la sociedad parece encontrar su enjundia en mancillar la existencia, banalizando ultrajes que finalizan el último aliento en seres humanos. Sáinz apunta que nos aniquilamos con o sin razón, por deseo o avaricia, inmolando a opositores, adversarios y objetores.
El autor critica las justificaciones comunes de los crímenes, desde la asociación con drogas hasta presuntos nexos con el crimen organizado, catalogando estas explicaciones como falsas e inmorales. Se cuestiona la tendencia a minimizar las razones detrás de los homicidios, desafiando la necesidad de abordar el fondo de la violencia.
Sáinz señala la tendencia del régimen a exculparse, atribuyendo la descomposición a factores históricos y políticos. Asimismo, critica la opacidad en los procesos de averiguación de la Fiscalía General de la República, mencionando eventos emblemáticos como la reciente tragedia en Salvatierra, Guanajuato.
El autor destaca cómo la violencia ha acompañado a todos los regímenes desde el porfiriato hasta la actualidad. Desde el “mátalos en caliente” de Porfirio Díaz hasta los desafíos actuales, la violencia ha dejado una huella constante en la historia del país. Sáinz critica la ineficacia del Estado y sus instituciones, señalando casos emblemáticos como Ayotzinapa, Aguas Blancas y Acteal.
Ante la complejidad de los episodios de violencia en México, Sáinz advierte sobre la ingenuidad de pretender identificarlos todos. Finalmente, hace un llamado a ser ciudadanos conscientes, enfatizando que no compartir el “pensamiento único” de quienes gobiernan nos pone en situaciones difíciles, pero es un deber cívico asumir.
La columna de Sáinz invita a la reflexión profunda sobre la violencia en México y plantea interrogantes importantes sobre la responsabilidad del Estado, la transparencia en la justicia y la necesidad de un cambio cultural que rechace la normalización de la violencia.
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