15 personas torturadas y quemadas vivas en San Mateo del Mar, Oaxaca. 6 policías acribillados, emboscados en Tetipac, Guerrero. Una docena de cadáveres apilados junto a una carretera, en Caborca, Sonora. 37 ejecutados en 48 horas y 31 detenidos en Guanajuato, entre ellas la madre, hermana y prima del presunto líder del Cartel de Santa Rosa de Lima, José Antonio Yépez, El Marro, desatan el caos. Los cuatro hechos ocurrieron el fin de semana pasado. Es el horror. Estampas de la realidad. Fotografías del México que sangra.
No es la excepción, sino la regla. Antes fueron los 30 asesinados en un bar de Coatzacoalcos, Veracruz. Antes, un enfrentamiento que dejó nueve muertos en Tepalcatepec, Michoacán. O el ataque a tiros en una central de autobuses en Cuernavaca, Morelos, donde murieron 5 personas. Las escenas dantescas se acumulan.
La violencia ni disminuye, ni se va. Aunque el secretario Alfonso Durazo hable de un punto de inflexión desde hace meses, y pese a que el Ejército, la Marina y la Guardia Nacional, suplan lo que policías estatales y municipales deberían hacer, el México rojo ahí sigue.
Los ciudadanos, vulnerables. Vulnerables también los policías. 226 elementos de la policía han sido asesinados de enero a mayo de este 2020; 1.47 en promedio, cada día (Causa en Común). ¿Si las policías no pueden protegerse, qué le espera al ciudadano?
Sería injusto responsabilizar de la tragedia solo al gobierno federal, pero también resulta imposible exentarlo de su obligación. Más aun, de su compromiso.
La crisis de violencia ni llegó en 2018, ni se resolverá de la noche a la mañana. Para como va este año, será el más violento en la historia. Antes lo había sido 2019. Antes, 2018. Antes, 2017. Y así. Vamos de récord en récord. De máximo histórico en máximo histórico. El drama de la inseguridad tiene muchas aristas, pero uno parece el común denominador: la impunidad. Y ahí no podemos achacar ni a un gobierno, ni a un partido, mucho menos a un hombre, toda la responsabilidad.
Las estrategias –si es que las hay- no alcanzarán mientras la probabilidad de esclarecer un delito sea de 1.3% (Impunidad Cero). En México cometer un crimen y salir impune, es fácil. Quién lo hace tiene 99% de probabilidades de no ser detenido, de nunca ir a juicio, de jamás pisar la cárcel. La impunidad acompaña la ola de violencia. Y mientras la impunidad se imponga sobre las acciones, buenas intenciones y estrategias, la violencia nos seguirá consumiendo. Por eso, entre tanto crimen, la detención de una treintena de personas del cartel de Santa Rosa de Lima, en Guanajuato, que concentra más del 10% del total de homicidios del país, debería ser una buena noticia para todos quienes queremos un México en paz. A la delincuencia se le combate. Pero para hacerlo hay que desterrar la impunidad. Detener presuntos delincuentes es un buen paso, pero es solo un paso. Las detenciones sin sentencias solo alimentan la impunidad. Se necesitan jueces que hagan justicia, un poder judicial que esté del lado de los ciudadanos. Que no pueda ser presionado. Incorruptible. Hoy no lo tenemos.
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