Ante una personalidad tan volátil como la de Donald Trump, la estrategia escogida por nuestro gobierno ha sido la de jugar judo con él, evitando el karate, donde el otro es experto. Los discursos oficiales de ayer revelan que se ha acordado llevar la fiesta lo más en paz que sea posible y no romper puentes de diálogo. Esta es una estrategia concentrada en el Ejecutivo estadounidense y, con altibajos, puede funcionar ante la Casa Blanca. Habrá que observar en adelante las reacciones de otros poderes y sectores de ese país. Resaltan tres ausencias que deberán cultivarse: los congresistas demócratas, los representantes de las comunidades mexicanas y el empresariado de Estados Unidos.
Si la razón para realizar la primera gira del sexenio fue celebrar la entrada en vigor del TMEC, habría convenido sostener un encuentro con los demócratas en el Congreso pues fueron ellos, con su mayoría en la cámara baja, los que tuvieron la última palabra para aprobar este instrumento. Quizá la Casa Blanca no veía con buenos ojos una reunión con la Sra. Nancy Pelosi y su colega en el Senado Chuck Schummer y por eso no se hizo. Pero a México si le interesa mantener abiertos los canales de comunicación con los demócratas y tener el pulso de sus reacciones hacia nuestro país. Esta será una tarea que le corresponderá a la embajada mexicana en Washington. En medio de una campaña tan polarizada como la que vive Estados Unidos y con un resultado especialmente incierto sobre las elecciones en noviembre, conviene abrir puertas con todos los frentes.
La segunda omisión sobresaliente fue la falta de contacto con las organizaciones de oriundos y clubes de paisanos. Nuestros connacionales han padecido un nerviosismo más que comprensible durante la administración Trump. En su discurso, el mandatario estadounidense les ha dedicado los peores calificativos, alimentando una peligrosa animadversión hacia ellos. Un encuentro personal del presidente de México con estos connacionales habría sido un bálsamo para ellos, además de una fuente muy valiosa de información para nuestros funcionarios. No habría sobrado extenderles un reconocimiento de viva voz por el esfuerzo que están realizando, en condiciones tan adversas, para seguir enviando remesas a sus familiares en México, en cifras récord, por cierto. El aliento presidencial habría fortalecido su sentimiento de pertenencia con la gran nación mexicana y se les podría haber ratificado que nuestro gobierno está de su lado y atento a sus preocupaciones.
Finalmente, la visita pudo aprovecharse para que nuestro presidente enviara un mensaje contundente y bien estructurado a los empresarios e inversionistas norteamericanos, deseablemente en la sede de la Cámara de Comercio de Estados Unidos. No puede soslayarse que los industriales y financieros de ese país, según lo externó el mismo embajador estadounidense en México, tienen preocupaciones sobre el tratamiento que dará López Obrador a la inversión extranjera durante el resto de su administración. Despejar dichas dudas, poner las cosas en claro, habría permitido, entre otras cosas, acelerar el potencial que tiene el nuevo tratado comercial para la economía mexicana. Crucial habría sido este mensaje cuando se avecina una de las recesiones más severas de que se tenga memoria.
Ante estos tres ausentes, la visita abrió la puerta a una dimensión desconocida. Entenderemos su trascendencia y su impacto cuando conozcamos las reacciones que generaron estas omisiones entre estos actores tan relevantes para la relación bilateral.
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