El 2020 estadounidense y México

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Autor: Raudel Ávila

Si bien este año habrá competencias electorales en Hidalgo y Coahuila, los comicios más trascendentes para México en 2020 tendrán lugar en la elección presidencial de Estados Unidos. Si gana Donald Trump, podemos esperar algo similar a 2019. El gobierno estadounidense amenazando al mexicano, y éste último cediendo a sus demandas para evitar la concreción de las extorsiones. La retórica oficial continuará celebrando todas estas concesiones como grandes victorias diplomáticas mexicanas. En su lugar, a fin de aparentar fortaleza internacional, es posible que haya nuevos choques con gobiernos que no puedan amenazar seriamente a México. En otras palabras, poco perjudiciales para nuestro país en términos financieros o comerciales, como el nuevo gobierno boliviano. El mecanismo lo ha explicado con su acostumbrada lucidez la profesora Soledad Loaeza en Nexos. Cito a Loeza “puedo imaginar que el objetivo es compensar, a ojos de la opinión pública, los efectos de la sostenida cesión de soberanía en que se ha convertido la política hacia Estados Unidos. Algo así como: ‘Dicen los críticos que hemos agachado la cabeza frente al presidente Trump’; para que vean qué tan independientes somos, miren ahora lo que hacemos: apoyamos a un adversario del imperialismo —Evo Morales—. Formamos parte —y no— de los gobiernos de izquierda que han llegado al poder en la región”. Fin de la cita. Si la hipótesis anterior es verdad, la sagacidad del canciller Ebrard se confirma una vez más, pues ha logrado el aplauso casi unánime de la prensa.

Ahora bien, de producirse una victoria del partido demócrata en la elección presidencial estadounidense, el futuro de las relaciones de aquel país con México cambiaría dependiendo el perfil del candidato seleccionado. Si ganara una figura con las afinidades ideológicas de Bernie Sanders o Elizabeth Warren, es razonable suponer un acercamiento con las políticas del actual gobierno mexicano. Encuentran coincidencias en la crítica de la globalización, la desigualdad y la falta de regulación financiera. No obstante, por paradójico que resulte, también se darían roces. Estos mismos grupos políticos afines al sindicalismo, el proteccionismo y la defensa de políticas ambientales, podrían presentar obstáculos a los intereses comerciales del gobierno mexicano, como quedó evidenciado durante la negociación del T-MEC. Tampoco es descabellado suponer que se desentenderían parcialmente de México, pues la obsesión de las nuevas izquierdas estadounidenses se concentra en los problemas internos, tiene muy escasa vocación internacional y nulo interés por el ejercicio de un liderazgo regional.

Finalmente, si ganara la presidencia de Estados Unidos un candidato demócrata convencional del estilo de Joe Biden, sería pronosticable una tentativa de regreso de lo que hasta antes de la presidencia de Trump se entendía como “business as usual.” Un retorno a la discusión de los intereses financieros y de seguridad tradicionales de Estados Unidos sobre su frontera sur, si es que tal cosa es posible. Gane quien gane, México seguirá enfrentando las dificultades de una relación altamente asimétrica con la superpotencia planetaria. Asombra que nos siga tomando por sorpresa este factor tan evidente. No podemos limitarnos a reaccionar a los cambios de humor en el norte. Se echa de menos la concepción de una nueva política exterior integral hacia Estados Unidos (la relación más estratégica de nuestro país) para el contexto geopolítico de la tercera década del siglo XXI. Por el bien de todos, ojalá en este sexenio puedan diseñarla.

Analista de política nacional e internacional

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