Autor: Héctor de Mauleón
La politóloga Denise Dresser escribió, el domingo pasado, un mensaje en un chat de amigos: “A mi mamá la llamaron anoche diciéndole que me habían secuestrado, la obligaron a ir a un hotel de Tlalpan y se llevaron su carro. Pasó una noche terrible. Finalmente logró comunicarse con seguridad del hotel y me llamaron. Cayó en la trampa de la extorsión común en México”.
La madre de Dresser, de 83 años de edad, recibió una llamada el sábado pasado. Acababan de dar las doce de la noche. Escuchó en el teléfono la voz de su hija: “Tengo un problema”. Más tarde oyó la voz de un hombre que le informó que Dresser había sido secuestrada.
La información que el presunto secuestrador tenía a la mano era impresionante. Sabía todo de la politóloga. Entre otras cosas, su dirección, el nombre de sus hijos, el sitio exacto en el que se encontraba.
“La estamos monitoreando, si llama a cualquier persona la matamos”, le dijeron.
La señora Dresser, en efecto, cayó en la trampa. Le ordenaron que saliera de su casa y se dirigiera a un domicilio determinado. No logró dar con este, así que la guiaron por teléfono hasta un hotel Fiesta Americana de la calzada de Tlalpan.
Le ordenaron que dejara el auto a dos cuadras de distancia, con las llaves pegadas, y que alquilara una habitación. Siguieron ocho horas de horror.
Le llamaron para decirle que tenían intervenido su celular y también el teléfono del hotel. Le dijeron que tenían sus números de cuenta de ahorro e inversión, y le exigieron 250 mil pesos para no asesinar a la colaboradora de Proceso y Reforma.
Finalmente, le dijeron que alguien pasaría a recoger sus tarjetas de crédito. Causa indignación, un fuerte escalofrío, imaginar a la señora Dresser, pequeña y frágil, sentada en la madrugada en un cuarto frío de hotel, esperando la llamada siguiente de sus victimarios. Pasaron ocho o nueve horas.
Avanzaba la mañana cuando la madre de Denise oyó que alguien caminaba en el pasillo. Se trataba, al parecer, de un empleado del hotel. La señora le entregó una nota con el número telefónico de un familiar, le pidió que lo marcara y le explicara la situación. Aquel familiar hizo lo que debía hacer: marcó el número de Dresser. Encontró a la articulista leyendo los diarios en la cama.
La madre de Dresser salió del hotel a bordo de un taxi. Los extorsionadores se habían llevado el auto. Dresser pidió auxilio a la policía. Le dijeron que se trataba de una extorsión, algo que se hacía diariamente desde los penales, y que no había mucho más qué hacer.
El mensaje que Dresser puso en aquel chat de amigos tuvo consecuencias inesperadas. La dramaturga Sabina Berman relató que también su madre, Raquel Berman, recibió, hace unos años, una llamada a las diez de la noche. También a ella le dieron información confidencial y la sacaron de su casa con la noticia de que su hija se hallaba secuestrada. Le dijeron que llevara joyas y dinero al estacionamiento de una tienda en Ejército Nacional, y señalaron que en el paquete debían estar “el reloj de oro y el collar de perlas”. “Mi mamá cayó redondita”, recordó Sabina.
Aquella noche, la señora Berman estacionó su auto trente al ojo de una cámara, con la esperanza de que el momento de la entrega quedara grabado. La cámara, sin embargo, no funcionaba. No quedó registro alguno de los hombres que se llevaron el supuesto rescate. Sabina Berman dormía en su cama cuando recibió la llamada de su madre: “¿Hija, ya estás libre?”.
En el mismo chat, la maestra Gabriela Warkentin, conductora del programa “Así las cosas”, relató que en las últimas cuatro semanas sus padres han recibido “una impresionante” cantidad de llamadas en las que les informan que sus hijos acaban de ser secuestrados. Un familiar de la periodista Katia D’Artigues padece desde hace un mes un acoso telefónico —en el que también mencionan información privada— que le ha hecho optar por no tomar más llamadas.
Los padres del editor Pablo Majluf han vivido también su propia dosis de horror. Una noche, Majluf los llevó a su casa a bordo de un Uber. Al poco tiempo (Majluf había silenciado su teléfono celular para irse a dormir) los padres recibieron una llamada que les informó que al escritor “lo tenían secuestrado en un taxi”.
Les dieron incluso una prueba de voz. “Según mi madre era idéntica”, relata él. Les pidieron el auto y una cantidad de dinero que debían entregar en la glorieta de Vaqueritos. Mientras el padre de Pablo, muerto de terror, recolectaba el dinero, su madre llamó a la policía. La policía les dijo que se trataba de una extorsión. Hicieron la denuncia con la noción de que no había mucho más qué hacer. “Hace unas semanas volvieron a llamar, pero esta vez mis padres me localizaron a tiempo”, dice Majluf.
Las historias que he escrito aquí atraviesan los gobiernos de Miguel Ángel Mancera y Claudia Sheinbaum: vienen de las cárceles de Mancera y de Sheinbaum, un lugar en el que no hay cuartas transformaciones: un lugar en el que existen las cárceles de siempre.
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