Autor: Jorge Berry
Primer año de los 20s de este siglo. Si ya es parte de la segunda década, o sigue siendo de la primera, es un asunto que no voy a discutir aquí, porque me parece una controversia más que absurda. Total, ya es 2020.
Hace 100 años, el mundo salía de la Primera Guerra Mundial, y había un optimismo inocultable viendo hacia el futuro. Les duró poco el gusto. Menos de 10 años después, vino la gran depresión en Estados Unidos que se llevó de corbata a la economía mundial, y se crearon condiciones similares a las que vivimos ahora: un aislacionismo creciente, incremento en discriminación de todo tipo, aumento en la violencia solapada por el Estado, todo a la sombra de un falso nacionalismo. Así empezó Hitler, y así se desató la II Guerra Mundial.
Se pueden ver algunas similitudes con el momento actual, aunque no por eso se puede inferir que habrá otra guerra. Lo que está ausente hoy, en comparación con 1920, es el optimismo. Tal vez sea mejor así, para no sufrir el desencanto que padecieron nuestros abuelos y bisabuelos, pero nada mal nos caería disfrutar de una tregua, aunque fuera momentánea.
No será así. Desde hoy, apenas 2 de enero, empieza la actividad en Washington en torno a la destitución del presidente Donald Trump, mientras a diario sigue apareciendo nueva información que confirma lo que todos ya saben, pero muchos no quieren aceptar: que el presidente usó el poder de su posición para obtener una ventaja ilegal en la elección presidencial de este año. Sí, este año, el martes 3 de noviembre, habrá elecciones presidenciales en Estados Unidos.
Como apuntaba en este espacio desde el año pasado, es altamente improbable que Trump sea separado del cargo. Lo interesante será ver qué tan desgastado sale del proceso. Es por ello que Mitch McConnell, líder del Senado y de la mayoría republicana, quiere un proceso rápido, y sin testigos. Y ahí está la controversia actual. Me explico:
Nancy Pelosi, la demócrata líder de la cámara baja, ya tiene aprobados los artículos de destitución, pero no los ha mandado al Senado. Dice que está esperando conocer las reglas que se establezcan para llevar el juicio, y así poder nombrar a los encargados de presentar el caso. Los demócratas, por supuesto, quieren que haya testigos en el juicio para poder citar a los funcionarios a quienes Trump prohibió comparecer, como su jefe de gabinete Mick Mulvaney, o su asesor de seguridad nacional John Bolton, ambos metidos hasta el cuello en la conspiración para obligar a Ucrania a ayudar en la reelección de Trump. Pero para impedir citatorios a esos testigos, McConnell necesita una mayoría simple en el pleno del Senado, y no es seguro que la consiga. Los demócratas necesitan voltear a 4 senadores republicanos que quieran que comparezcan testigos, y tienen ya por lo menos, a dos senadoras. Y hay otros, en asientos vulnerables en noviembre, que podrían votar con los demócratas, y entonces sí que se pone interesante el juicio. Todo esto se ventilará en esta semana, porque nadie quiere que el juicio llegue hasta febrero.
Y es que febrero viene cargado. El domingo 2 de febrero es el Súper Tazón, el lunes 3, Iowa elige a los primeros delegados a la convención demócrata, emitiendo así los primeros votos del proceso electoral que culmina en noviembre, y el martes 5, el presidente Trump rinde su informe a la nación desde el recinto de los representantes en el Capitolio. ¿Lo hará a medio juicio de destitución?
Mientras, México arranca los 20s metido en el peor embrollo diplomático en lo que va del siglo, porque la expulsión de la embajadora mexicana de Bolivia, por asilar a delincuentes electorales, es un asunto no solo grave, sino poderosamente incongruente con la política exterior que se pretendía seguir, que era la de la no intervención. Esto, junto con el mensaje confrontacional, contestatario, rencoroso y divisorio que difundió el presidente López Obrador en ocasión del año nuevo, no ayuda a quienes quieren ser optimistas.
Así empezamos el año.