Autor: Jesús Ángel Duarte
Existe un fenómeno alimentado por décadas de irresponsabilidades y negligencias que está devorándose nuestro planeta y pudriendo nuestros ecosistemas y la vida marítima: el fenómeno de la contaminación plástica.
La numeralia es muy bien conocida: más de la cuarta parte de los océanos se encuentran contaminados con las 12 millones de toneladas de plástico que terminan recibiendo año tras año y que podrían tomar siglos en descomponerse, ocasionando la muerte de millones de especies marinas; ha quedado ampliamente documentada, por ejemplo, la “isla plástica” que se ha formado en el Pacífico con un tamaño del triple de Francia.
Como parte de esta tragedia global, nuestro país juega un deshonroso papel protagónico, al ubicarse en el lugar 12 a nivel mundial en consumo de plásticos. Tan sólo en la capital de la República se generan 13 mil toneladas de basura diarias, de las cuales únicamente 14% se destina al reciclaje.
Por ello resulta alentadora la entrada en vigor de la reforma a la Ley de Residuos Sólidos de la Ciudad de México, misma que prohíbe la distribución de bolsas de plástico de un solo uso para imposibilitar la entrega al consumidor en cualquier punto de venta, a menos que sean compostables o necesarias por razones de salubridad.
Así, estas nuevas disposiciones se suman a las regulaciones que ya se han establecido en 18 entidades federativas, así como en 127 países que -de acuerdo con las Naciones Unidas– han legislado al respecto, con un espectro de disposiciones muy amplio: prohibiciones totales o parciales; aplicación en la esfera nacional, estatal o municipal de los países; impuestos especiales a las bolsas de plástico, etcétera.
Como era previsible, la industria ha manifestado su oposición citando argumentos como los riesgos en términos de fuentes de empleos y pérdidas económicas para las empresas, o dudas sobre las reglas específicas que habrán de definirse mediante la reglamentación.
Es justo decir que la implementación y vigilancia de este tipo de normativas puede, en efecto, ser algo compleja. Sin embargo, la evidencia internacional nos permite ser optimistas: en Chile, en tan sólo seis meses se evitó la entrega de mil millones de bolsas; en Kenia se han ahorrado la emisión de 100 millones de bolsas anuales; en estados de EU como California y Washington se ha reducido la presencia de plásticos en áreas residenciales, ríos y sistemas de drenaje y alcantarillado en porcentajes desde 60 hasta 89 por ciento.
Y así podrían relatarse múltiples lecciones positivas en países como Francia, China y Dinamarca, cuyos casos convendría estudiar a profundidad para replicar los éxitos.
Queda claro que estas medidas no resolverán por sí solas la gravísima problemática, pero no hay duda de que las políticas ambientales de avanzada son urgentes y bienvenidas. Es momento de transitar de la cultura de lo desechable a lo reutilizable; llegó la hora de recobrar el verdadero sentido del desarrollo sustentable.
POR JESÚS ÁNGEL DUARTE
COLABORADOR
@DUARTE_TELLEZ
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