Autor: Salvador Camarena
En su artículo de la semana pasada, la columnista María Amparo Casar destacaba que los mexicanos están “huérfanos de oposición”, que es el título de esa entrega en Excelsior.
En su párrafo central, Casar señala que “la derrota de la oposición no fue menor, pero Ricardo Anaya consiguió 12.6 millones votos y José Antonio Meade 9.3 millones. Esos 22 millones de votantes quedaron a la deriva porque los dos candidatos desaparecieron de la escena pública, una irresponsabilidad. Quizá si, como lo he propuesto, todos los candidatos presidenciales encabezaran a la vez la lista de representación proporcional de senadores (o de diputados) por sus partidos, los candidatos presidenciales no estarían –obligada o voluntariamente– condenados al ostracismo. Por otra parte, los hoy líderes de sus partidos están, por decir lo menos, desdibujados y desorientados. Lo mismo ocurre con los jefes de sus fracciones parlamentarias”.
El domingo, algunos a quienes disgusta la presidencia de López Obrador marcharon en Paseo de la Reforma. Pero, ¿son estos manifestantes parte de la oposición?
Buen número de esos marchantes seguro votaron por Meade o Anaya. De hecho, en el contingente se encontraban algunos personajes identificados con el prianismo, como Santiago Creel.
Mas rescatemos de la columna de María Amparo la dimensión de la orfandad, que pertinentemente nos recuerda: quién le está hablando hoy a esos 22 millones que no votaron por AMLO, y a los muchos más que ni siquiera acudieron a las urnas. ¿Los del domingo?
Es posible que los del domingo sean sobre todo unos ciudadanos descarriados, muy descarriados. Legítimo como es su derecho a expresarse, una vez que lo hacen queda claro –generalizando– que o añoran un México que sólo ellos veían bien, o dan la cara por un modelo depredador, desigualador, clasista e, igualmente grave, sin futuro.
Esa gente, la del domingo, debería estar agradecida de que ganó López Obrador. De no haber sido así, el descontento social que se podría estar viviendo en México haría parecer a los chilenos como niños de pecho.
Pero volvamos al punto. Se requiere una oposición. Meade y Anaya desaparecieron del escenario, como destaca María Amparo, porque no eran líderes de nada. El primero fue un candidato hechizo que terminó por dividir al PRI, el segundo sólo tuvo ambición unipersonal, hacia adentro de su partido y hacia afuera del mismo al momento de la campaña.
Esos candidatos fueron reflejo de una añeja crisis en el prianismo (y de lo que quedaba del PRD). Así que no hay sorpresa. Meade y Anaya pastan en mejores praderas, para ellos, que la política. La cuestión es que Amlito sigue desaparecido como líder (es un decir) del PRI, y Marko Cortés no ha entendido (ya se avizora difícil que lo logre algún día) que la histeria o el recoger cascajo (Fox) no son el camino.
Falta oposición. Sí. No estuvo el domingo en Paseo de la Reforma, pero tampoco está en las cámaras. La crisis por tanto es más profunda.
No sale buen vino de odres viejos, dicen. Pero si al menos hubieran sido buenos odres, igual y valía la pena el intento. ¿Quién en cambio dirá que hay esperanza para la oposición cuando Mancera se despeine, o Miguel Osorio se despierte, o Damián Zepeda se serene?
La orfandad númerica que nos recordó Casar refleja sólo una cara del problema. Hay un electorado esperando opciones, unos viejos partidos que no paran de defraudar y nada de nuevos liderazgos a la vista.
Ah, y unos ciudadanos de blanco que en su desvarío no aceptarán que López Obrador es quien mejor cuida a los ricos, hoy por hoy.