Autor: Salvador Camarena
Faltando tres semanas exactas para acabar el año, un terremoto político ha sacudido de nueva cuenta a México. Uno más en doce meses de noticias sísmicas para la vida nacional.
En enero, cuando amanecíamos al nuevo sexenio, quién pudo haber pronosticado que veríamos la más grande sacudida del vetusto árbol de la política mexicana.
En su discurso inaugural, el presidente López Obrador dijo el 1 de diciembre de 2018 que no voltearía al pasado. “Al contrario de lo que pudiera suponerse, esta nueva etapa la vamos a iniciar sin perseguir a nadie porque no apostamos al circo ni a la simulación (…) lo fundamental es evitar los delitos del porvenir. En consecuencia, propongo al pueblo de México que pongamos un punto final a esta horrible historia y mejor empecemos de nuevo, en otras palabras, que no haya persecución a los funcionarios del pasado, y que las autoridades encargadas desahoguen en absoluta libertad…”
Esa declaración en tan solemne momento provocó críticas al nuevo mandatario. No era la primera vez que pronunciaba ese concepto de no ver al retrovisor, pero hacerlo el día de tu toma de posesión reviste una importancia especial. Traiciona su promesa, capitula, pacta con los que delinquieron, perpetúa impunidad… Frases de esas se dijeron.
Sin embargo, quizá López Obrador no, pero su dedito sí parece haberse decidido a revisar el pasado, y de qué forma: han caído en desgracia judicial o política, o al menos han sido exhibidos, múltiples personajes que tuvieron que ver con asuntos donde el tabasqueño fue acosado o combatido, con buenas y malas artes.
El 2019 cierra con un panorama muy distinto al de hace un año. No sólo hemos visto el intento de un cambio de régimen –promesa de AMLO–, en el que se han reformulado desde programas sociales específicos hasta la manera de dar los apoyos, ya no a través de intermediarios extragubernamentales. Cambio de régimen que, se promete, pondrá a los pobres primero pero que sin duda reconfigurará desde los partidos y sus clientelas (léase moches) hasta la relación con otros poderes de la Unión y, no se diga, con los estados.
Pero encima de ese nuevo trazo de cimientos, la nueva presidencia ha significado un vendaval para la vida pública como solíamos conocerla desde los ochenta.
La Corte no cambió en su estructura pero sí claramente en una composición, que le da ventaja al deseo presidencial. El Tribunal Electoral fue descabezado y, además, implotó. La Constitución tiene nuevos, e importantes, parches. Varios reguladores quedaron desdentados sin siquiera tocarles una coma a su mandato: nunca habíamos visto una captura más flagrante (lo de cuotas y cuates hoy parece de párvulos). Sobre los órganos autónomos pende, más afilada que nunca, una espada de Damocles, todo al tiempo que los partidos no gravitan, salvo Morena y sus rémoras.
Esa desestructuración institucional ha corrido a la par de espectaculares golpes políticos-judiciales.
Una funcionaria emblema de Peña, en la cárcel (injustamente), un funcionario eje de Calderón, detenido en Estados Unidos. El poder sindical remecido por la caída de unos (Romero Deschamps) y el retorno de otra (Elba Esther, que hasta partido tendrá).
Claro que habrá quien discuta que en el caso de la detención, esta semana, de García Luna en Estados Unidos, nada tuvo que ver el presidente López Obrador. Pero si las coincidencias existieran en la política, como que a Andrés Manuel se le dan muchas.
Todo lo que hemos vivido este año ha sido visto en los chats de ‘venezolanos’ con incredulidad, negación y enojo. Sin resignación, además.
Este cambio de reglas, este golpe de timón podría instalar una cultura política nueva. O la nueva realidad puede ser que se desmorone pronto, carcomida en el tiempo y las inercias que a todo se imponen. Eso lo sabremos en los años por venir.
Pero lo que ya deberíamos saber hoy, lo que ya deberíamos haber aprendido, es que no se puede subestimar a López Obrador, que es hoy por hoy el único jugador de ajedrez en la arena pública. Acaso, de vez en cuando, lo acompañe Carlos Slim, pero nadie más.
A diferencia de las anteriores, esta alternancia sí parece traer un nuevo set de normas y procederes. Es cierto que muchas suenan regresivas o peligrosas, pero lo que urge es reconocer que tan sólo un año después ya no somos los mismos.
Queridos venezolanos: se trata de entender lo que está pasando, no lo que se supone que no debería pasar. De eso, o de llegar al fin de año de 2020 con un nuevo rosario de “qué barbaridad todo lo que va ganando López”.
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