Autor: Héctor de Mauleón
“Te voy a vigilar, vecina”, le escribió Óscar García Guzmán, El Feminicida de Santín, a la activista Frida Guerrera Villalvazo. El asesino de al menos tres jóvenes, cuyos cuerpos fueron hallados en una casa del fraccionamiento Villa Santín, en Toluca, Estado de México, había entrado en contacto con la activista luego de que esta publicara una columna en la que lo llamó “escoria” y “don nadie”, y en la que lo retó: “Aquí te espero, a ver si eres tan chingón”.
La activista había tapizado también aquella colonia con retratos del feminicida. De pronto, García Guzmán apareció. “Te Mande Inbox Pendeja Perra. Cuando Lo Leas Sabras Que Soy Oscar Garcia Guzman (sic)”. A partir de entonces, intercambió mensajes con la activista entre el 20 de noviembre y el 6 de diciembre pasados.
En el primero de estos —que redactó invariablemente con mayúsculas— le describió el interior de la casa donde los cuerpos fueron encontrados, le mencionó los libros que ahí se encontraban, y le indicó que dos de los cadáveres habían sido enterrados “debajo de las casas de mis perros”, mientras que a un tercero, el más reciente, lo había abandonado en el baño.
El
Feminicida de Santín le habló también a la activista de una libreta negra, en
cuyas últimas páginas había consignado parte de sus crímenes. “¿Ya tengo tu
atención?”, le preguntó.
Ella respondió con otra pregunta: “¿Qué quieres?”. Él dijo que saber dónde
estaban sus mascotas: tres perros y una gata, que lo necesitaban.
La activista informó a las autoridades del Edomex y trazó una estrategia con el comandante de investigación encargado del caso: enganchar a Óscar García Guzmán el tiempo suficiente para que las autoridades pudieran determinar su dirección IP.
Los mensajes llegaban hasta tres veces al día. El llamado Monstruo de Toluca estaba pendiente de todo cuanto se publicaba sobre él, se burlaba de la ineptitud de la policía, así como de sus maestros de sicología de la Unitec, porque nunca se dieron cuenta de lo que estaba haciendo, “y eso que hablaba de ello todos los días”.
En aquellas conversaciones delirantes, que acaso un día se conocerán íntegramente, García Guzmán anunciaba a la activista que a ella también le iba a hacer lo mismo, le preguntaba si ya se había enamorado de él, afirmaba que los animales eran más valiosos que los seres humanos, y confesaba que era fácil matar a las mujeres “porque siempre se dejan enredar”.
“Ya sé que tienes mi cara pegada en todas partes”, le reclamó.
Frida Guerrera le envió fotos y videos de sus mascotas. El le pidió que los adoptara, “necesitan a alguien que los cuide y les dé comer”.
Le dieron información a cuentagotas para tenerlo entretenido. Advirtieron pronto que uno de los perros era el que le interesaba más, y precisamente de ese le guardaron toda información. Cuando García Guzmán supo que sus mascotas estaban enjauladas, enfureció. “Mi gata está asustada, se van a arrepentir”.
Frida Guerrero le informó que su gatita estaba bien, “no hagas pendejadas”, le advirtió.
“Voy a matar a otra mañana, luego te digo dónde la enterré”, respondió el feminicida.
Cuando sus cuentas fueron canceladas, García Guzmán comenzó a comunicarse con la activista vía Gmail. La policía había detectado que mantenía comunicación constante con su madre, así como con un abogado cercano a su familia. Su actividad telefónica fue detectada en diversos rumbos del Estado de México: San Nicolás Tolentino, San José Guadalupe Otzacatipan y Totoltepec, entre otros.
Más tarde, el feminicida se movió. Lo ubicaron momentáneamente en Antonio Caso 52, colonia San Rafael, y más tarde en París 12, en la colonia Tabacalera. Este último domicilio aparece registrado a nombre de unos familiares directos. “Se infiere que el inmueble sea utilizado para ocultar a Óscar”, informó la policía de investigación. Se realizó una vigilancia fija y móvil, pero “el objetivo” no fue observado.
Le había confesado a la
activista varios asesinatos más,
entre ellos el de su propio padre.
“Vamos a vernos. Tú y yo”, le escribió Frida Guerrera.
“Va, va”, respondió García Guzmán, “pero primero la foto de mi perro”.
Lo sorprendieron comiéndose una torta en uno de los barrios estudiantiles de la ciudad: el Casco de Santo Tomás. Se resistió, intentó desarmar a uno de los agentes, pero al final fue sometido.
@hdemauleon
demauleon@hotmail.com
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