Han pasado dos años desde aquel domingo de julio de 2018 en que los ciudadanos en México salimos a las urnas a votar. En medio del hartazgo por la falta de resultados, por un jefe de Estado banal e insulso. Luego de la Casa Blanca, Virgilio Andrade, Ayotzinapa, y un sinfín de etcéteras. La gente acudió a votar en contra del que ha sido uno de los peores presidentes de México y a favor de lo que creyeron sería un cambio.
Dos años después el Presidente se pasea en su fortaleza en el Palacio. Graba entrevistas con estilo de reality show. Sube videos sobre los árboles que tiene tiempo de sembrar en los jardines palaciegos. Se da palmadas a sí mismo y a los suyos por lo buenos y grandiosos que son y utiliza la palestra cada mañana para atacar cada día a medios de comunicación, ciudadanos, empresarios y oposición por igual.
Sin embargo, a dos años del triunfo electoral, las cosas no van bien. En medio de una pandemia que ha paralizado al mundo entero, con millones de contagios y cientos de miles de muertos en todo el orbe. El día en que México pasó a ocupar el sexto lugar entre los países con mayor número de fallecimientos por COVID-19 y el décimo en mayor número de contagios, el Presidente Andrés Manuel López Obrador, mostró, una vez más que su mayor preocupación sigue siendo él mismo.
Lejos de acercarse a quienes hoy pierden empleos, a quienes hoy cierran empresas y negocios, a quienes hoy comienzan a sentir los estragos de una de las peores crisis económicas que habremos de vivir en mucho tiempo, el presidente prefirió atrincherarse y festejar.
Celebrar los dos años del triunfo electoral, cuando las y los médicos siguen muriendo contagiados por COVID-19, pasando por alto la tristeza que envuelve a las casi 30,000 familias que hoy lloran a sus fallecidos, con millones de personas sin sustento, con medio país cerrado y asustado, es mostrar una terrible insensibilidad ante los problemas que preocupan a la gente. Olvidar en su discurso los cuerpos de personas en carretera, el homicidio de periodistas, activistas y ahora hasta jueces es tratar de tapar el sol con un dedo.
Un festejo con tufo personalista; una autocelebración que quisieron vender como un acto de gobierno. Rehacer la historia poniéndose en el centro, tratando de grabar aquel 1o de julio de 2018 en la memoria de los mexicanos como si de algo extraordinario se tratara. Por superficialidades como esas Peña Nieto fue criticado e insultado hasta la saciedad (si mucho más que el habitante actual del Palacio).
Oculto en la nueva residencia presidencial, rodeado de incondicionales, escuchando su propia voz se autoengaña. A fuerza de repetir las mentiras, él tal vez cree que son verdad. La pandemia está en meseta, lo peor de la crisis ya pasó, los proyectos del gobierno (dos Bocas, Tren Maya, Santa Lucía) van viento en popa. Todo es perfecto ¡celebremos!
Se mira en el espejo y ve a su reflejo sonreír pensando que es el pueblo el que sonríe mientras el país amenaza con desmoronarse como un castillo de arena. Pero no se da cuenta, porque eso no es visible en Palacio Nacional, ahí todo es perfecto. No lo es. Salga del palacio, déjese de eventos políticos con acarreados de esos que tanto gustaban al PRI y hable con la gente de verdad. Cuando lo haga verá que a dos años de haber sido electo su gobierno, la ciudadanía no tiene nada que celebrar.