La reunión entre Andrés Manuel López Obrador y Donald Trump terminó sin desaguisados, pese al volátil temperamento del anfitrión, y con un gran discurso vestido de referencias históricas del mandatario visitante que, sin embargo, fue cosmético y dirigido a una audiencia mexicana. No hubo nada discordante, porque ratificaron los dos que tienen intereses compartidos.
El sabor más amargo que deja este encuentro es la confirmación de López Obrador a Trump en el tema más irritante de la relación bilateral: que la petición de poner a la Guardia Nacional como muro contra los inmigrantes y hospedar en territorio mexicano a quienes esperan el asilo, seguirá cumpliéndose.
No hubo ninguna fricción aparente en sus conversaciones privadas, sino de mutuos agradecimientos, a Trump por tratar con respeto y cordialidad a López Obrador –que no a México y a los mexicanos–, y de Trump para López Obrador, por hacer realidad lo que necesita para ganar votos y consolidar sus bases electorales: frenar la migración a Estados Unidos.
El jefe de la Casa Blanca no fue explosivo porque no hubo necesidad. En preparación de la reunión se había acordado no hablar del muro, como también se había negociado con el expresidente Enrique Peña Nieto, y si no se desbarrancó el encuentro fue porque, a diferencia su antecesor, López Obrador hizo mutis con todo lo relacionado con el muro, que embarró Trump en su cara, en vísperas de la visita.
López Obrador no llevó a los inmigrantes mexicanos con él, como prometió, sino les dio la espalda. En la declaración conjunta no se menciona el tema de los mexicanos inmigrantes ni el maltrato que se les da en Estados Unidos, aunque se toca sibilinamente al hablar de la coordinación bilateral en materia de seguridad. En la arquitectura del comunicado y su fraseo, seguridad no únicamente quiere decir luchar contra criminales, sino fortalecer el muro mexicano para impedir la migración, que como ha dicho Trump, atenta contra la seguridad, porque está infestada de delincuentes, y contra la salud, porque tienen coronavirus.
El presidente mexicano no confrontó, como había dicho, pero tampoco actuó con decoro y dignidad, como ofreció. En ningún momento, según la información aportada por la Casa Blanca, habló sobre el propósito de Trump de acabar con el programa de los dreamers, que afecta a 800 mil mexicanos, ni se incluyó mención alguna en la declaración conjunta.
Tampoco se dio por enterado del escándalo del día en Washington, que afecta a mexicanos estudiando en Estados Unidos porque quiere quitarles las visas de estudiantes si no toman clases presenciales. Primero fueron Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachusetts, que presentaron un recurso contra Trump en un tribunal para frenar la orden, que López Obrador apoyando a sus connacionales.
La visita a la Casa Blanca difícilmente impacte a López Obrador en la opinión pública mexicana, porque corrió tersamente. Pero lo superficial será efímero y quedará la sustancia: la forma como manipuló electoralmente el equipo de Trump el encuentro con el presidente mexicano.
López Obrador había dicho que su visita sería para celebrar la entrada en vigor del nuevo acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá –cuyo primer ministro, Justin Trudeau, no quiso ser parte del juego–, pero por la mañana, antes de llegar a la cita con Trump, su comité de campaña difundió una declaración celebrando el llamado T-MEC y mencionó el “duro contraste” con el “globalismo” su adversario demócrata, Joe Biden, lo que pintó la verdad subyacente: el acuerdo beneficia los intereses nacionalistas de Trump, como prometió en la campaña de 2016, por encima de la integración de las economías norteamericanas, buscando mayor simetría.
Trudeau eludió la convocatoria por el fuerte diferendo con Estados Unidos que quiere subir aranceles al acero y al aluminio –que eventualmente también podría afectar a México–, y no quiso confrontarse con Trump. López Obrador, por el contrario, como sucedió con el tema migratorio, siguió cediendo en sus posiciones incluso antes de que terminaran las reuniones de trabajo por la tarde. Este mensaje salió en la Ciudad de México.
La Secretaría de Energía instruyó a Pemex y a la petrolera estadounidense Talos Energy Offshore, unificar el yacimiento Zama –descubierto por la segunda– y que lo operen conjuntamente. Esta decisión revirtió la acción de Pemex para quedarse con su control, que llevó al borde de un conflicto diplomático, luego de que el Departamento de Estado señaló que la pretensión mexicana era “perturbadora”, y López Obrador respondió que “respetara la soberanía de México y no interviniera en asuntos energéticos”. Eso ya es historia, aunque haya sido hace escasos seis meses. Ayer se consolidó la asimetría entusiasta, y al sector ideológicamente más duro de su gobierno, le ordenó entregar parte de lo que antes llamó “soberanía”.
El comienzo de una etapa nueva es como definió el acuerdo comercial el Presidente, en el marco de su visita a la Casa Blanca, donde en dos ocasiones tuvo palabras de gran elogio para Trump. López Obrador apostó ayer todo por él, que está sufriendo para ser reelecto en noviembre. Biden aventaja a Trump por más de ocho puntos en las preferencias electorales, y no se sabe cuál será su suerte cuando vayan los estadounidenses a las urnas en cuatro meses.
Los demócratas fueron muy críticos de la visita por considerar que iba a ser utilizada con fines electorales, como fue, y ayer guardaron silencio. Sólo uno, Biden, habló, para recordar que desde que Trump inició su campaña a la Presidencia en 2016, llamó “violadores” a los mexicanos y desde entonces, insulta a los hispanos en Estados Unidos. “Necesitamos trabajar en sociedad con México”, afirmó. “Necesitamos restaurar la dignidad y humanidad a nuestro sistema migratorio”. No sólo se refería a Trump. También a López Obrador, que en México o en Washington, baila tango con el presidente de Estados Unidos.