Por Sebastián Jaimes Garfias
Twitter: @Sebastian_JG16
Este 2020 se cumplen 52 años de los terribles hechos acontecidos en Tlatelolco, después de una oleada de protestas estudiantiles. En aquellos años, en todo el mundo, los estudiantes y jóvenes protestaban y se manifestaban en contra de las élites militares y las represiones políticas. Estaban hartos de la atmósfera política y autoritaria que envolvía a sus países y al mundo.
Se les ha criticado y señalado por protestar de manera “violenta”, por “rayar paredes y monumentos históricos”, se les dice que “esas no son las formas”. Sin embargo, sí han protestado de formas distintas; formas formales, apegadas al derecho, pacíficas e incluso artísticas sin haber obtenido éxito alguno, sin haber logrado obtener la seguridad y la justicia que irrestrictamente se merecen.
Es innegable que desde hace mucho tiempo en México se vive y respira un
ambiente de inseguridad, crimen e impunidad. No obstante, este ambiente es muchas veces peor, más peligroso y más latente para las mujeres, quienes todos los días, salen a la calle con miedo. Miedo a no regresar a sus casas con sus seres queridos, miedo a no volver a ver a sus amigas, madres y hermanas, miedo a desaparecer.
Es deber de la sociedad, pero sobre todo del Estado entender que estas manifestaciones no son un mero capricho, no son una mera estrategia de una supuesta oposición, no son violencia e irreverencia sin causa. Son un grito genuino de auxilio y desesperación que no hace más que exigir que se les otorgue lo que es suyo.
Así como lo ocurrido hace tantos años en Tlatelolco nos es indignante, también lo debe ser entender que todos los días en México 10 mujeres no regresan a sus casas, que en los primeros 7 meses de 2020 alrededor de 2,240 mujeres (de las que se tiene registro) han sido asesinadas. Que, a pesar de estos esfuerzos y protestas, la realidad para las mujeres sigue siendo terriblemente igual.