Hasta dónde puede llegar. Soy necio, advierte orgulloso, como si fuera atributo. No es perseverancia, algo admirable. La necedad es negación de la realidad, peor aún, invención de una realidad alterna.
Todos los pronósticos se han cumplido. Si pelea con el sector privado, se caerá la inversión. Ocurrió y, por factores internos, perdimos más de dos puntos porcentuales del PIB. No ha corregido. Si espanta a los inversionistas en energía se van a ir. Ocurrió y se están yendo. No han corregido. La llaga de PEMEX sangra al país. No hay como financiar a una empresa técnicamente quebrada. Quitarle dinero a salud, educación, niñez, mujeres, ciencia, etc. para invertirlo allí es insensato e inhumano. Lo hicieron. Siguen con la refinería. No hay corrección en el horizonte. Las advertencias llevan mucho tiempo, peligran la calificación de la empresa y el grado de inversión del país. Pero no hay corrección. Del NAIM ni para qué hablar. Lo de Constellation Brands enciende la alarma: a huir de México. Ratificar errores hiere a la esperanza.
No puede hacerlo, cómo negar el impacto de una pandemia, pues lo han hecho por semanas. México es diferente al resto del mundo, la vamos a librar. Pero hoy cualquiera puede tomar un celular y ver el avance día por día, país por país. Aquí, en lugar de adoptar las buenas experiencias y adelantarse, como lo recomienda la OMS, el gobierno mexicano retó a la realidad. Eso no es estrategia, es, de nuevo, negación. Siguen las giras, los pódiums violentando la distancia mínima, los saludos de mano, 5000 personas en Huehuetoca, con elementos de la Guardia Nacional y sus familiares. ¿De qué se trata? Y ante la ostentosa irresponsabilidad, la esperanza se desangra.
Hasta Trump corrige, se monta en la pandemia. Bolsonaro se pone cubre-bocas. Qué decir de los espléndidos mensajes de la canciller Merkel (en cuarentena) o de Macron y muchos más. Aquí ni un solo mensaje de estado sobre la gravedad del asunto. Negación absoluta. No va a ocurrir por que traigo escapularios. Juárez patalea en su tumba. Negación inaudita con exhibición mundial. Negación de la ciencia en todas sus expresiones, de allí el naufragio. Pero, ¿cómo se gobierna en el siglo XXI sin ciencia, cómo se generan acuerdos? El mundo lo mira azorado. El sistema de salud español colapsa. En Italia rondan las 5000 muertes. La prensa internacional se burla del mexicano.
Una persona que niega los datos, las mediciones, los pronósticos, las realidades externas, no puede ser jefe de estado. Ahora hasta el precio de la gasolina baja por su simple voluntad, eso dice. ¿Y el precio del barril? Por qué mantener la esperanza de un golpe de timón. No lo habrá. Si hubiera corregido, poco a poco, desde el primer día, hoy el viraje necesario sería menor. Pero no lo hizo y todo indica que no lo hará. La pandemia lo desnudó.
El tiempo pasa. El desplome de la economía en el 2020 será terrible, varios puntos del PIB. Llegaremos al 2021 muy mermados en los hechos, desempleo, ingresos, pobreza creciente, y, además, heridos en el ánimo, sin esperanza. Es demasiado temprano en el sexenio para tener un presidente cojo, un gobierno sin huesos, que se deshilacha. Si fuera un régimen parlamentario muy probablemente habría un voto de censura. Pero aquí son seis años y en sólo 18 meses han llamado al caos que ya merodea. Lo sostendrán las instituciones de las que tanto se ha mofado, esas que quería mandar al diablo. Esas que están amenazadas como el INE. Pero la realidad no cederá. Es muy terca. Cada día habrá menos razones para creerle y el país polarizado que el fomentó, entrará en una colisión: ¿ciencia o escapularios? Catastrofistas, dicen, desean que caiga, que tropiece, que falle. Los puede haber, pero el daño, la corrosión, proviene de adentro, de él. Aceptarlo no está en su horizonte, corregir no está en su vocabulario.
La esencia de una nación es la esperanza, pero hay que alimentarla con razones. Hoy, aquí, está moribunda.