Sin datos confiables del número aproximado de personas contagiadas pero a sabiendas de que abundan las que sin tener síntomas pueden transmitir el virus letal, ninguna de las autoridades implicadas ha modificado la fecha del probable regreso a clases anunciado por la Secretaría de Educación: el lunes primero de junio.
De ser así retornarán a las aulas de 256 mil 277 planteles (muchos son físicamente el mismo con doble turno) 36 millones 635 mil 816 alumnos de enseñanza básica (inicial, preescolar, primaria y secundaria), media superior (bachillerato general, bachillerato tecnológico —incluye el profesional técnico bachiller, antes Conalep— y profesional técnico), superior (técnico superior universitario o profesional asociado, licenciatura, especialidad, maestría y doctorado, así como la educación normal en todas sus especialidades), dos millones 100 mil 277 docentes y una población indefinida de personal administrativo y de intendencia, así como todo el comercio informal que suele instalarse afuera de las escuelas, lo cual arroja un total superior a los 38 millones 916 mil 277 alumnos y profesores que registra la SEP en el estudio Principales Cifras del Sistema Educativo Nacional 2018-2019 bajo la titularidad del secretario Esteban Moctezuma.
Y a esa multitud añádanse los involucrados en su movilización: padres y madres que acompañan a sus hijos de ida y vuelta, más choferes del servicio público de transporte.
Si, como ha dicho el subsecretario Hugo López-Gatell, al número de contagiados plenamente detectados cabe multiplicársele para estimar cuántos portan covid-19, y si los positivos de ayer sumaban 27 mil 637, el número de afectados debe rondar este jueves por los 221 mil 96, ¿cuántos de los casi 40 millones de estudiantes y profesores y de los incalculables restantes que retornarán a las escuelas habrán sido infectados y a cuántos les podrán transmitir la enfermedad?
Como nadie lo sabe, lo mejor, por extremo que parezca, será que ni el primero de junio ni el primero de julio ni en agosto se reanuden las actividades escolares y que, aunque solo falta por cubrir la cuarta parte del año de estudios, el ciclo se dé por perdido. Después de todo, un año “perdido” es casi nada cuando se trata de niños y jóvenes que, de mantenérseles resguardados, tienen el resto de la vida para continuar capacitándose.
De por sí es muy poco probable que las “clases a distancia” estén teniendo sentido, sobre todo en la enseñanza básica porque las niñas, niños y jóvenes tienen en las escuelas el entorno apropiado para educarse. Una especie de ecosistema que de ninguna manera se asemeja al de su casa, donde sobre todo las madres carecen de la preparación y de la oportunidad de auxiliarles, además de que muchísimas familias ni siquiera tienen servicio de internet o, de tenerlo, no han podido equipar a sus hijos con una tableta ni una computadora.
Inimaginables los riesgos para la salud y la aplicación de la “sana distancia” que, sin duda, debiera seguirse conservando.