Hay cosas que se atestiguan con dificultad de comprensión. Asuntos de no creerse porque en un plano normal carecen de lógica o sentido, que ponen a prueba la capacidad de asombro, y quizá la de indignación. Como lo que le está ocurriendo al Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).
El origen del tema es conocido. Hay una pandemia, que bajo el brazo nos recetará una crisis mundial que provocará en México un descalabro económico que, salvo un milagro, podría representar una caída anual de dos dígitos del PIB.
Ante ello, Andrés Manuel López Obrador ha sacado su herramienta favorita: esas enormes tijeras de pollo, disfrazadas de decreto, que descuartizan sin tiento. En el más reciente de esos tijeretazos, ordenan recortar 75% de materiales y suministros, y de servicios generales. Tales instrucciones incluyen a fideicomisos y entes como el CIDE.
¿Se le puede quitar tres cuartas partes de presupuesto operativo a una universidad? Sí. ¿Se puede hacer eso sin que la sociedad lo resista con vehemencia? Parece que también. Y de ahí el azoro: ¿de verdad esto está ocurriendo?
Puesto de otra manera. La sociedad mexicana puede dar cuenta de que en mayo, incluso en medio de la escalada de contagios, una movilización encabezada por sus cineastas de talla internacional logró detener (de momento) el intento del gobierno por desaparecer un fondo de apoyo al séptimo arte. Eso es bueno. Pero a los pocos días de tal triunfo civil, ¿alguien se va a movilizar a gran escala para salvar al CIDE de una inanición por decreto que podría significar su muerte en vida? ¿Por el cine sí, por el CIDE no?
La comunidad del CIDE está compuesta por un grupo relativamente pequeño de profesores e investigadores –no llegan a dos centenares, pero muchos de ellos pertenecen a la excelencia del Sistema Nacional de Investigadores–, y por menos de mil alumnos (sin contar a los de educación continua).
Para 2020, el presupuesto del CIDE, números redondos, fue de 379 millones de pesos. De esos, 271 millones se van en salarios (capítulo 1000, que por ahora no se ha dicho que vaya a ser tocado), 13 millones en materiales y suministros (capítulo 2000) y 79 millones en servicios generales (capítulo 3000). En estos dos últimos rubros caería el hachazo del 75%, que representaría 69 millones menos. Pero como algo de ese presupuesto ya se ejerció, el recorte “sólo” sería de algo así como 36 millones.
Ayer, el presidente López Obrador dijo que no es cierto que se vaya a poner en riesgo al CIDE, pero mintió con la verdad: su argumento fue que no se tocarán los empleos, y eso podría ser cierto, porque el recorte no va dirigido a esa partida, aunque no se puede descartar la salida de personal que presta servicios de distinta índole y es pagada mediante los capítulos 2000 y 3000.
La realidad, y ya lo han dicho otros que sí conocen bien al CIDE, es que ese centro de estudios no podrá ser el que ha sido hasta ahora si le amputan el presupuesto como lo pretenden hacer AMLO y los suyos.
A López Obrador le tiene sin cuidado dejar sin gasolina a una institución que en cinco décadas ha formado a generaciones enteras de profesionales. Y lo hará incluso si se trata de una institución que representa el 0.0063 por ciento del presupuesto federal.
Y es que estamos hablando de una universidad que vale mucho más de las milésimas de presupuesto que representa.
A pesar de ello, el Presidente se llevará para quién sabe qué proyectos muy pocos millones de esta irracional medida que prosperará sí y sólo si la sociedad se lo permite. Mas al correr de las horas es aún incierta esa respuesta social.
Si el Presidente se sale con la suya ocurrirán varias cosas. Un día no muy lejano, López Obrador dirá, sin ocultar su regusto, que ahí está, que ni era tan necesario el dinero para el CIDE, pues operan con el 25% de lo que seguro antes derrochaban. En tal escenario, la irrelevancia del CIDE podría ser cosa de tiempo, mientras que la posibilidad de que el mandatario repita este tipo de maniobras socavadoras de otras instituciones crecerá.
Y lo que también sucederá es que se confirmará que sí volvimos a ser el país de un solo hombre, porque este increíble asunto demostraría que no hubo quien –mujer u hombre– que desde la sociedad enfrentara al poder para detener la destrucción de una universidad.
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