¿Hay algo peor que el sostenido acoso de Andrés Manuel López Obrador contra medios y periodistas críticos? Respuesta: Sí, aquellos que copian esa conducta antidemocrática, como Jaime Bonilla, de Baja California.
La pandemia ha traído malas noticias para la prensa de México. A una crisis internacional de modelo de negocio, acentuada que no creada por la penetración de internet y las redes sociales, los medios mexicanos tuvieron que sumar un nuevo reto: por buenas razones, el gobierno de López Obrador redujo desde el primer año el oneroso presupuesto que se dedicaba a la publicidad oficial. AMLO no castigó a todos por igual, ni puso reglas claras para el nuevo reparto, pero sí hay sustancialmente menos dinero, situación que cambió de raíz la lógica del financiamiento de la mayoría de las plataformas periodísticas.
Y un año después llegó la pandemia, y con ella una crisis económica que no ha terminado de mostrarnos sus consecuencias.
Así que 2020 traerá también menos publicidad privada, mientras las redacciones, como ocurre con todas las actividades productivas, idean maneras para trabajar desde casa y en la riesgosa calle en su afán de servir a una sociedad que demanda de los medios más y mejor información sobre la tragedia.
Por si fuera poco, ahí no para la cosa. La pandemia se ha traducido en opacidad. Diversas instancias gubernamentales han cerrado acceso a registros públicos o han desdeñado solicitudes de transparencia alegando impedimentos, reales o supuestos, por la emergencia. Y lo mismo se puede señalar con respecto a convencionales peticiones de información periodística a organismos o dependencias: no es raro que éstas respondan que debido a la contingencia “de momento” no pueden responder, o que simplemente no respondan.
A esa opacidad dual, a ese bloqueo tanto de solicitudes de información realizadas al amparo de las leyes de transparencia como de peticiones vía telefónica o correo electrónico, ha de sumarse la petulancia de gente como López-Gatell, que desdeña el papel de los medios que no le rinden pleitesía, cuestionan sus cifras o nula estrategia, ni aceptan su formato de “rueda de prensa” donde él administra a su antojo los tiempos para los periodistas.
Pero encima de todo eso está la actitud del Presidente de la República, un campeón de nada más que de quejarse de lo que se publica en los medios, sobre todo periódicos nacionales o extranjeros.
Andrés Manuel López Obrador, el crítico más consistente de cuatro gobiernos federales, tiene la piel muy delgada y ha puesto de moda una tendencia preocupante. Con toda la investidura presidencial, rebaja cualquier cobertura periodística que no le favorezca al nivel de ataque a su persona o su gobierno. No hay punto medio: si la prensa no es obsecuente con él o los suyos, entonces está pagada por emisarios del pasado, o por supuestos poderes fácticos que resienten presuntos cambios.
Mas, sin pudor, AMLO llega al extremo de convertir a esos periodistas no en mensajeros, sino en los artífices mismos de esa imaginaria resistencia al cambio. El periodista como adversario a vencer con todas las herramientas del gobierno. Así llevamos 19 meses, tiempo en que el Presidente que denuesta semanalmente a los medios, no se hace responsable de episodios de acoso cibernético y real a quienes discrepan del proyecto (es un decir) de Morena.
Y por desgracia, el antiejemplo de López Obrador ha cundido. Cito tres párrafos de una carta abierta de colegas de Baja California:
“El gobernador Jaime Bonilla Valdez determinó que toda la información relevante, planes, programas y acciones de gobierno, incluido el manejo epidemiológico de la pandemia, sea a través de transmisiones en vivo en su página de Facebook, en la que responde comentarios “del público”, y es la autoridad la que elige los temas y las preguntas que atiende, lo que resulta en bloqueos informativos que violentan el derecho de acceso a la información de los reportero, los medios de comunicación y por ende, de la ciudadanía.
“Desde esta misma vía de comunicación unilateral, el ingeniero Jaime Bonilla ha utilizado su cargo como gobernador para agredir y estigmatizar a algunos medios de comunicación que investigan, y al contrastar información de otras autoridades de gobierno, difieren de su versión oficial.
“Los llamados constantes del mandatario, desde una posición de poder, privilegiada, a no leer periódicos, a no creer en determinados medios de comunicación fomentan entre los funcionarios locales y la población un clima de violencia contra los periodistas que tiene el riesgo de escalar”.
En esas pocas líneas se resume el modelo opaco y acosador de López Obrador. Bonilla, amigo del Presidente, es contumaz alumno a la hora de despreciar la libertad que ejercen en Baja California, entre otros, las y los colegas del semanario Zeta.
Hay algo peor que López Obrador al atacar a la prensa: sus poderosos imitadores.
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